
Nada, ni siquiera la televisión, puede acabar con la imaginación infantil. Pero sí con el tiempo necesario para convertirla en vida. Dejémosles que se aburran, para que puedan, de verdad, divertirse.
Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.
Está bien eso de dejarles que se aburran. Hay que dejarles tiempo para crear y no programarles tanto la vida.