La Pantalla Global, Cultura mediática y cine en la era hipermoderna,  Gilles Lipovetsky, Jean Serroy, Anagrama, Barcelona 2009
(III)
Es una violencia contra la mirada.
En contra de la contemplación, en contra de la necesidad de situarse y de posarse, una buena parte del cine contemporáneo se realiza para proporcionar al espectador una dosis cada vez más alta de sensaciones. Imágenes y sonidos se suceden vertiginosamente sustituyendo a los diálogos, al guión, al relato, a la comprensión y al sentido…De este modo se agrede no sólo al cine, sino, sobre todo, a la mirada.
«[Se ha producido] una adaptación del cine a un público educado por la rítmica mediática que pide sensaciones rápidas y fuertes, siempre nuevas, para transportarse a los universos extraordinarios de lo extracotidiano. El espectador de cine quería soñar; el hiperconsumidor del nuevo mundo quiere sentir, ser sorprendido, «flipar», experimentar sacudidas en cascada. (Págs. 66-67)
[Desde los años ochenta, se ha producido un cine de] la imagen-exceso: […] una estética del exceso, […] es el cine del nunca bastante y nunca demasiado, del siempre más de todo: ritmo, sexo, violencia, velocidad, búsqueda de todos los extremos y también multiplicación de los planos, montaje a base de cortes, prolongación de la duración, saturación de la banda sonora. … (Págs. 68-70)
[…] Una especie de trip sensorial […] Toda película debe ofrecer siempre más que la anterior en una escalada de imágenes pirotécnicas. […] El sonido […] (Estereofonía Dolby, el THX de George Lucas…) [pone al público en un] estado de inmersión sonora. El espectador se sumerge en un universo cuyos sonidos graves de intensidad extrema inciden directamente en el cuerpo y en su sistema sensorial. [Un] baño sonoro, altavoces de alta fidelidad, sonidos vertiginosos, impactos hiperrealistas: lo audiovisual vence aquí a los diálogos, el amplificador al relato, la sensación pura a la comprensión, el «más» al sentido. (Pág. 76)
Un hiperconsumidor que ya no tolera los tiempos muertos ni las esperas: necesita más emociones, más sensaciones, más espectáculos, más cosas que ver para no bostezar y para sentir incesantemente. Un neoespectador que necesita flipar, que quiere colocarse con imágenes, experimentar la «embriaguez» dionisíaca de escapar de sí mismo y de la banalidad de los días. (Pág. 80)
Hinchazón pura, abundancia por la abundancia: […] lo lleno […] un desbordamiento […] un abarrotamiento válido por sí mismo. Tratar de «llenar el ojo». (Pág. 81)
Vincent Amiel y Pascal Couté han subrayado con justicia que «la mayor violencia de las películas actuales (y quizá la más interesante también) es la violencia que se ejerce contra la mirada, contra su necesidad de situarse y de posarse». [La violencia se impone mediante un efecto de conmoción: hace temblar al espectador del mismo modo] ante un dinosaurio, delante de una futura guerra de los mundos o delante del sufrimiento de los pobres de Calcuta: el mismo montaje desbocado, el mismo arropamiento sonoro, los mismos efectos especiales. La misma violencia. (Pág. 88