Vídeo dedicado especialmente a Niña Pequeña y su madre
Volvamos a la prohibida publicidad subliminal. La cuestión es preguntarse si, hoy por hoy, el noventa y nueve por ciento de la publicidad no es siempre subliminal. Recordemos: aquella cuyo mensaje se emite por debajo del umbral de los sentidos para incitar al consumo de un producto.

La respuesta es que técnicamente desde luego no hay nada menos subliminal que la publicidad contemporánea porque, lejos de querer evitar nuestros sentidos, exige su atención y los exacerba.  Lejos de querer pasar por debajo de su umbral, lo atraviesa haciéndolos vibrar, porque no se dirige al entendimiento, sino a las emociones.

Pero si la razón de que la publicidad subliminal se prohíba es que el consumidor está desprotegido ante ella porque no sabe lo que entiende, con más razón debería prohibirse el 99% del resto de la publicidad legal ya que lo mismo que no somos capaces de ver un fotograma insertado en otros veinticuatro por segundo, tampoco somos capaces de saber realmente ver todo lo que en realidad vemos en las imágenes publicitarias.

Lo cierto es que para desentrañar y racionalizar, es decir, para hacer verdaderamente consciente el mensaje de un spot de veinte segundos es precisa por lo menos una hora de verbalización y análisis. Para hacer verdaderamente nuestro el mensaje de una valla publicitaria como la del vídeo de la entrada anterior que nos llega en un solo golpe de vista, es preciso  no sólo un complejo proceso previo de codificación para su creación, sino un enorme esfuerzo descodificador imposible de hacer en un instante para separar el grano de la paja.

Se prohíbe lo subliminal por subrepticio. Pero igualmente subterránea es también la  asociación de cualquier valor (estatus, éxito, calor familiar, felicidad, libido…) a un producto que no lo posee;  igualmente furtivo es el acompañamiento musical ―sean violines o rock’n roll― que envuelven al producto en un halo sentimental que él por sí mismo no produce; furtiva es la costosa y planificada tarea de construir una marca como un logo cargado de símbolos que nada tienen que ver con el producto en el que va inserto; oculto al entendimiento es que unas zapatillas de deporte adquieran un prestigio que no proviene de sus cualidades técnicas, sino de la belleza y valor de las imágenes a cámara lenta de sus anuncios o de su asociación con grandes figuras del deporte a las que se las paga una millonada para que las muestren; involuntariamente digerida es la asimilación de elementos creativos y expresivos del cine (blanco y negro, primeros planos, cámara lenta, montaje, etc…) o de las artes visuales, empleadas no para comunicarnos las virtudes de un producto de manera más clara y eficiente, sino para dotarlo de un atractivo que no tiene o simplemente para conseguir atrapar nuestra atención; inconsciente es la simple memorización de un inofensivo jingle pegadizo, o un eslogan eficaz para que esa marca forme parte de una lista final de productos de similares características en la memoria del consumidor; subliminal, en fin, es el resultado de la avalancha de impactos sobre el subconsciente del consumidor…

Toda narración artística es, por definición, artificio. La publicidad en todas sus formas también. Pero mientras que en la literatura, la pintura, el cine, la fotografía…, todos sus recursos están al servicio de la contemplación es decir, del disfrute estético a través del cual se iluminan aspectos de la realidad que la hacen más verdadera, en la publicidad el objetivo de vender pervierte el arte al ponerlo al servicio del dinero. De hecho podemos ponernos ante un producto publicitario como simples espectadores u oyentes, admirando su gracia, su maestría, su belleza. Pero si nos ponemos como consumidores, lo que esperamos de la publicidad es información e información verdadera y lo que recibimos es ficción falsa y manipuladora. 

¿Debería también estar prohibida?