Un par de artículos me hacen pensar en que hay algún indicio de ese cambio que se viene anunciando en la mirada que la sociedad dirige a la tecnología. Del publicitario «¡NUEVO!» inicial, al  reverencial, exclamativo y papanatas «¡OH!», pasando porel desaforado consumo posterior que no cesa, van apareciendo síntomas de un cierto cansancio, de un cierto desencanto y de una incipiente revisión crítica de la eficacia por la eficacia tecnológica, ante la aparición de efectos colaterales maliciosos y no deseados.

 

Uno de ellos, refiere cómo la  directora general de Yahoo, Marissa Mayer, se replantea el teletrabajo como opción y en una circular interna, obliga a sus trabajadores a volver a la oficina.  No se trata de discutir las ventajas de ahorro de tiempo y dinero o de flexibilidad ante la conciliación familiar que proporcionan las nuevas tecnologías para trabajar desde casa. Es obvio que, de nuevo, son muchas las ventajas y la eficacia de la tecnología (más rápido, más cómodo, más fácil). Pero la eficacia no es el único criterio-valor: en Yahoo han descubierto efectos colaterales no tan valiosos que les han hecho replantearse el modelo. Principalmente la necesidad del innovador intercambio de ideas que sólo se produce en la convivencia cara a cara y en momentos no buscados ni previstos: encuentros casuales, charlas de pasillo, el parón del café… Precisamente lo humano que la tecnología no solo no puede proporcionar, sino que suele entorpecer: el roce y sus elementos inesperados y creativos.

 

« Algunas de las mejores decisiones e ideas provienen de las discusiones de pasillo y cafetería; de conocer gente nueva y de reuniones improvisadas. Rapidez y calidad a menudo se sacrifican cuando se trabaja desde casa. Tenemos que ser un Yahoo!, y eso comienza por estar físicamente juntos», dice la nota interna de la dirección de la empresa.

 

El otro tiene que ver también con la distancia, pero en este caso en relación con la educación y sobre todo a la gratuidad. Habla de los cursos on line y su extensión al campo universitario en masters, cursos y grados. También aquí hay un boom extensivo de un nuevo modelo de enseñanza con innegables ventajas -más rápido, más cómodo, más fácil- al que se están sumando todas las instituciones públicas y privadas.

En medio de esa fiebre, Michael Cusumano, profesor en la Sloan School of Management, del MIT, acaba de publicar un artículo  en el que advierte de que  acostumbrar a la gente a no pagar tiene sus riesgos. Como nada es gratis, si alguien regala algo es que se lo va a cobrar por otra vía:«Por ejemplo, Microsoft regala su navegador Internet Explorer porque lo incluye en Windows, que vende con gran éxito. Adobe da gratis su Adobe Reader, mientras vende programas de edición para crear documentos que se podrán leer con aquel. Google dona muchos productos y servicios: Gmail, Android, Chrome, Google Maps…; sus ganancias vienen de la publicidad dirigida a los usuarios de esos regalos.» Y en ese esquema sólo los más grandes sobreviven, la calidad de los servicios disminuye y al usuario, una vez acostumbrado a no pagar, es difícil desacostumbrarlo.  « De las compañías tecnológicas que existían en Estados Unidos en 1998, dos tercios habían desaparecido ocho años después. Una de las causas de tantos cierres fue la extensión de la gratuidad.».

 

Pero no sólo se trata de un problema económico, está también, de nuevo, el roce. Primero no es todo tan bonito como parece –«la tasa de abandono es del 90%»– y, en segundo luga,r el profesor se pregunta «si la enseñanza online realmente es un sustituto deseable de las clases y la interacción cara a cara en el aula”. Él parece no creerlo.».

 

Yo tampoco. Puede que la tecnología funcione y nos lo haga todo más rápido, más cómodo, más fácil,  pero… no hay roce.