Olivier Clerc, escritor y filósofo, nos propone en un pps que circula por la red la siguiente, breve y significativa fábula:
«En una cacerola con el agua a 50 grados, soltamos una rana. Al entrar en contacto con esa temperatura, la rana salta fuera dando un golpe firme con sus patas traseras.

Pero si ponemos una rana en una cacerola de agua fría encima de una débil llama, la rana no notará absolutamente nada y se limitará a nadar tranquilamente. Lentamente, el agua se calienta poniéndose despacio agradablemente tibia. A la rana no le molesta demasiado y, despreocupada, continúa nadando.

Con el tiempo, la temperatura del agua sigue subiendo. Ahora el agua está caliente; más de lo que a la rana le puede gustar, pero, todavía no se asusta: simplemente y sin saber por qué, se siente un poco cansada y su forma de nadar se va haciendo más lenta y torpe.

Más tarde, el agua está verdaderamente caliente y la ranita comienza a encontrar esto desagradable, sin embargo, ya está muy debilitada y no tiene más remedio que soportarlo sin encontrar fuerzas para reaccionar. Ya no nada, sino que se abandona flotando, dejándose llevar por la corriente.

Finalmente, la temperaturacontinúa subiendo hasta que el agua se pone en ebullición y nuestra rana termina cocinándose y muriendo

Como la rana, nosotros nadamos, flotamos, nos movemos en un medioambiente simbólico en el que los cambios proceden de un modo lo suficientemente lento para escapar a la conciencia de vivirlos, y no provocan en nosotros ninguna reacción, ninguna oposición, ninguna rebeldía. Simplemente nos acostumbramos a las nuevas temperaturas, a las nuevas ideas, a las nuevas modas, a los nuevos dictados de lo políticamente correcto. Y a menudo a eso le llamamos progresar.

Una enorme cantidad de cosas que nos habrían hecho horrorizar 20, 30 o 40 años atrás han sido poco a poco banalizadas, asumidas, convertidas en parte del aire simbólico que respiramos  y hoy preocupan apenas, o dejan directa y completamente indiferente a la mayor parte de las personas.

En nombre del progreso, de la ciencia, y del aprovechamiento, se efectúan continuos ataques a las libertades individuales, a la integridad de la naturaleza, a la verdad, a la belleza y a la dignidad de la vida humana que no son sino débilmente respondidos con el vacío pero eficaz «¿por qué no?».

Lenta, pero inexorablemente, con la constante complicidad de las víctimas, inconscientes o quizás incapaces de defenderse, la barbarie en vez de suscitar reacciones y medidas preventivas, se instala a nuestro alrededor. El martilleo continuo de informaciones por parte de los medios satura nuestra capacidad de reacción, hasta que el agua hierve.

De vez en cuando, debiéramos detenernos y pensar qué preferimos ¿conciencia o cocción?.