A vueltas con las ¿nuevas? tecnologías en la escuela, vale la pena que nos preguntemos qué ocurre con la escuela en la vieja tecnología de la televisión.
Una y otra vez la tele busca a la escuela como referente para pescar audiencias adolescentes. Una y otra vez la pequeña pantalla maltrata y deforma la vida de las aulas mediante la creación de uno de esos productos hechos para gente como tú que guionizan desrealizándolos a estudiantes y profesores.
Lo primero que sorprende es que en una serie para adolescentes todos los personajes lo sean: unos lo son de hecho, los alumnos; otros lo son porque los guionistas no les han dejado madurar: profesores y padres. Todos, permítaseme el barbarismo, adolescen de una adolescencia extrema, hormonal e infinita: profesores-colegas, padres y madres colegas y colegas-colegas, por supuesto. Todos lo son excepto curiosamente los actores que los interpretan, quinceañeros de veinticinco años.
Una serie de crónicas de los desvaríos hormonales de un grupo de adolescentes metidos en el decorado de un centro educativo en el que nadie educa ni nadie es educado. Más allá de la salud anti tabáquica, el consabido póntelo-pónselo, la pincelada homosexual y otras lindezas políticamente correctas, el contenido educativo es un vertedero de tópicos intoxicados por el medio y la moda, todos tan telerreales como patéticos. Y muy entretenidos.
Física, sí, muchísima física: todo aquello que se puede palpar: la importancia del físico, las sensaciones, el placer o el dolor y la ausencia total de todo aquello que no se pueda ver como los sentimientos, las razones, las ideas, las almas. Y química también: la que hay entre los sexos en cualquier dirección aunque sea una química sin sustancia, acción, reacción o consecuencia. Mucho internado y poca interioridad. Mucho salir de clase y poco entrar dentro del aula y del alma con personajes planos como el cartón.
¿Qué habrá hecho esa buena gente como tú -y como yo- para que se nos maltrate de ese modo?
Ya sé que las escuelas de la tele no lo son, pero también sé―y eso es lo tremendo― que la verdadera escuela, la que hoy enseña de verdad, no está fuera de la tele, sino que es la tele misma.
Por eso usen la televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.
Yo te permito a ti lo que quieras, hasta ese barbarismo tan feo (creo que innecesario, o no pillo yo lo que quieres indicar más allá de que “adolecen”, que sería el término ¿no?).
Muy bonito, otra vez, tu post. La descripción es certera y la comparto. Pero, sólo por discutir, que conste, me ha parecido hiperbólico tu último párrafo. Que “las escuelas de la tele no lo son”, por supuesto; que la tele misma sea la verdadera escuela, la que nos enseña de verdad ……. ¡pues no! Ya entiendo lo que dices (para que no me llames luego “enredador”) pero si lo que dices fuera literalmente exacto, el mundo se habría terminado. A mí la tele no me enseña de verdad nada. Y a mis dos hijas pequeñas ….. creo que tampoco. Se hartaron pronto de adolescentes adultos y adolescentes, de “físicas y químicas”, de delgadeces, de atender las suliveyaciones ajenas, y les sirvieron (lo hablamos) para dar más verdad a lo que aprendían en la escuela de verdad (Escuelas Pías, ¡casi ná!). y oían en casa. Y me consta que no soy el único feliz padre que puede decir lo mismo o parecido.
La tele es muy mala, muy mala (decía mi madre), un invento del demonio (ídem mi abuela), en general una majadería hecha por majaderos ( otrosí, mi padre) y para mí, además de esas cosas es un mero instrumento que hoy está, casi absolutamente, utilizado para influir políticamente (privilegio del partido en el poder) y culturalmente (los lobbies no paran), pero influir no es enseñar. Y siempre nos quedará el concierto de Año Nuevo.