Del lenguaje de las imágenes nos preocupa a menudo el contenido y no tenemos en cuenta, lo he dicho muchas veces, el hecho de la cantidad de tiempo que dedicamos a ejercitar la mirada en lugar de dedicarlo a ejercitar el lenguaje por excelencia, el lenguaje verbal. Nuestros alumnos, nuestros hijos, no leen y están expuestos, en cambio, a muchas horas de contemplación de imágenes. Son los screenagers, la generación de las pantallas. La exposición continuada a los medios audiovisuales, independientemente de lo que en ellos veamos, constituye un “ambiente” que nos afecta en nuestra manera de ser y en nuestras capacidades. Porque llenar el ojo es, sobre todo, una actividad radicalmente distinta de hojear un libro. No pasaría nada si la imagen fuera una alternativa más de ocio. El problema surge del tiempo que le dedicamos que hace que su hegemonía sea casi absoluta desde las edades más tempranas. Las pantallas son a menudo modelo de valores y más a menudo aún de contravalores, pero, sobre todo, son modelo de pensamiento en cuanto que debilita nuestra capacidad de análisis, de diferenciación, de reflexión. La sucesión ininterrumpida de imágenes debilita nuestro pensamiento que está hecho de palabras o al menos necesita de las palabras para ordenarse y comprenderse a sí mismo.
Sin palabras no veo: tengo delante una masa otoñal dorada y parda; si la nombro es un bosque. Tengo delante un bosque, un conjunto de árboles; pero sólo es hayedo si sé nombrar las hayas.
Ya ven. Incluso para ver, para saber mirar, hacen falta palabras. Pues ¿Qué es la contemplación sino la conversación de la mirada? ¿Qué es la poesía sino la mirada del lenguaje?
¿De verdad creen ustedes que una imagen vale más que mil palabras? Quizá sí, pero ―como también vengo repitiendo hace años― sólo cuando somos capaces de decir mil palabras sobre ella. ¿Quieren ser más felices y más libres? Menos imágenes y más conversación, más contemplación y más lectura. Más magia de palabras.
Usen las pantallas, no las consuman o serán consumidos por ellas.
Efectivamente. Rescato aquí una de las ideas fuertes tratadas en el espacio «Biotiempo» de «La golosina audiovisual»: «El verdadero problema de las pantallas (de las imágenes) es el tiempo que les dedicamos. ¿Porqué tanto? ¿Porqué todos los días?».
No digo yo que intentar responder desde el análisis a esos interrogantes no sea una labor necesaria cuyos frutos vayan, poco a poco, afilando el pensamiento crítico y dando la posibilidad de ayudar a los consumidores a orientarse mejor ante el uso de las pantallas, pero sí digo que empiezo a creer (en realidad a estar convencido) que la pedagogía a seguir para defendernos a nosotros mismos de la facilidad del consumo de imágenes evitando así sus nefastas consecuencias (inutilización del pensamiento), no debe ser una pedagogía muy “critica” (intelectualizada) sino muy elemental, muy cercana a la educación por consignas que, aunque sea la utilizada con la infancia, puede ser igualmente eficaz en cualquier edad.
Coger cosas del suelo y llevárselas a la boca: “¡Caca, tira eso! No se comen cosas del suelo, son caca y hacen mucha pupa”. Estornudar o toser con la boca abierta hacia alguien: “Pepito, eso no se hace, al toser hay que taparse la boca con la mano y mirar para otro lado”. Comer con la boca abierta o mascando: “Jaimito, come con la boca cerrada, si no aprendes no podrás ir invitado a ninguna casa, y las niñas no te querrán ser tus amigas”. Lo mismo con los punes. Igual con entrar sin dejar salir antes. Otro tanto con no dejar pasar por las puertas primero a los demás, o con hacer preguntas indiscretas, o con no respetar el sueño de los otros, o con no dar las gracias, o ….. Son multitud las consignas recibidas de niños, cuando sólo podíamos recibir consignas, que hoy forman parte de nosotros mismos y cumplimos de modo automatizado. No era momento de recibir reflexiones analíticas, no podíamos digerirlas, pero sí lo era de recibir normas (consignas) de educación.
Lo de la televisión no entraba entonces, pero hoy sí. E igual que debemos educar a nuestros hijos en su buen uso, podemos hacerlo al tiempo con nosotros mismos: “Voy a ver este tiempo de televisión, más tiempo es caca (más exactamente, me hace caca a mí).” “Si la tele “me dice” palabrotas, cambio de canal o la apago” “Si los contenidos no son edificantes, cambio de canal o la apago”, etc, etc. La mejor de las estrategias ante la televisión es encenderla para ver lo que de antemano he elegido ver. La peor, la contraria: sentarme en la televisión para ver lo que me echen. Casi siempre nos van a echar caca. Y nos lo habremos merecido. Y la segunda mejor estrategia es no verla todos los días, sino elegir qué días la vemos y, como se ha dicho, qué vamos a ver. Empecemos a ser responsables de nuestra propia educación.
Yo también pienso que la imagen entretiene. Pero en otras actividades como la lectura, hay que poner una parte de sí mismo y con ello se crea algo nuevo. Y eso hace que se disfrute mas. Sin embargo, mirar es mas fácil y no cansa.
Yo creo que si mirando imágenes (cualesquiera) no tienes que poner ninguna «parte de ti mismo» (como en la lectura) y eso hace que no «disfrutes más» (como en la lectura), mirar imágenes es, realmente, muy cansado.
También ir al trabajo y no trabajar (y «no tener» en qué trabajar) es fácil, pero acabas la jornada molido. Y si se repiten muchas jornadas así de fáciles, acabas agotado física y mentalmente. Luego el médico te tiene que dar pastillas para reanimarte.
Acostumbrarse a lo fácil hace luego dificilísima la vida.
Corrección:
Leo mi comentario al de Amanda y veo que no está bien expresado (ni yo mismo enteiendo bien la segunda parte). Corrijo pues, y lo dejo así:
Si mirando imágenes no tienes que «poner parte de ti mismo» y no «creas nada nuevo» y encima eso hace que «no disfrutes más» (cosas que sí que pasan leyendo), entonces ver imágenes será entretenido y fácil, pero cansadísimo.
Todos sabemos que «no hacer nada» es agotador física y mentalmente. A la vida le gustan más las dificultades.
José Luis.