Para Juvin, hoy hay una crisis de la relación con lo real. Y eso para él es lo mismo que una crisis de la cultura ya que la cultura es el medio de relacionarse con uno mismo, con los demás y con el mundo. La cultura es el canal de relación sin el que no es posible ningún tipo de contacto.
Para él la cultura-mundo es estar en un flujo inestable, que recuerda al mundo líquido de Bauman, un torrente de representaciones producido por el desarrollo técnico; la hegemonía de la imagen decidida a sustituir a la realidad que imita, a transformar la realidad delante de las consolas, detrás de las cámaras, delante de las pantallas, irradiada a todos y a todo desde la televisión y los móviles por vía satélite.
Un cultura resultado no de la construcción paciente de uno mismo, sino en la aventura de las seducciones del momento. Una negación de la condición humana porque abstrae al ser humano, lo despoja de todo lo que hace de él un ser de carne y hueso: el pasado, el origen, los vínculos, una tierra y una historia para volverlo fluido, líquido, indefinido.
La cultura-mundo, nos dispensa de la curiosidad, del respeto y de la distancia, que son las condiciones del entendimiento; vuelve la realidad ininteligible.
Oculta la comprensión del mundo a base de ideas convencionales y buenos sentimientos: todo el mundo es bueno, sin saber que el bien y el mal son las dos caras de una misma inverosimilitud, la vida. Ingenuamente, Europa espera que el islam desaparezca progresivamente en la somnolencia verborreica de la TV vía satélite y de Internet, del mismo modo que ambos han conducido a los europeos al olvido de sí mismos.
En la cultura-mundo nos movemos frenéticamente para no ir a ninguna parte. Porque no sabemos a dónde vamos y porque no hay ningún sitio a donde ir: ya no hay otra parte. Somos los primeros en vivir un mundo sin exterior, un mundo uniforme, global, un único mundo.
P.S.: os recordamos de nuevo que disponéis del extracto literal de la obra El Occidente Globalizado, aquí.
«En la cultura-mundo nos movemos frenéticamente para no ir a ninguna parte. Porque no sabemos a dónde vamos y porque no hay ningún sitio a donde ir: ya no hay otra parte. Somos los primeros en vivir un mundo sin exterior, un mundo uniforme, global, un único mundo.»
En negrita, «… y porque no hay ningún sitio a donden ir: ya no hay otra parte».
De joven debí leer a alguien que me indujo a esta cuestión que una y otra vez proponía a mis interlocutores: «si el mundo fuera una supeficie interminable de hielo y ponemos a dos hombres sobre esa superficie inabarcable, uno de ellos atado a una estaca con una cuerda de longuitud indeterminada pero finita y a otro libre de atadura, pudiéndose desplazar a su antojo ¿cuál de los dos adquiriría antes un conocimiento verdadero de su existencia? y, en consecuencia, ¿cuál de los dos podría experimentarse verdaderamente libre?
José Luis
¡Caramba con la estaca! Te ata, pero
al menos es un sitio del que partir y al que volver.
Exacto. Es la única manera de adquirir conocimiento acerca de mi condición humana propia -animal y espiritual-: alguien me ha atado o por algo estoy atado; sin ese hecho referencial, nada podría explicarme. Lipovetsky propone, a mi entender, un mundo de individuos libres, desatados, desreferenciados, con la ilusión de que en tal estado serán felices ignorando, o eso parece, que la primera necesidad del hombre es adquirir conocimiento sobre sí, y sin referencia alguna… no podría alcanzar más allá de pasar una existencia «entretenida» (tal vez) pero injustificada e injustificable.
José Luis
Exacto. Qué buen sustrato filosófico te dieron, amigo. Y «¡qué buen vasallo si hubiera buen señor!» que se decía del Campeador.