El texto de Espada es, como casi siempre, preciso y sugerente.

Sorprende en esa primera crónica temporal de los acontecimientos su rapidez: hace veinte años unos jóvenes estudiantes concebían y ponían en marcha el proyecto de la WWW; pero hasta casi diez años más tarde ―más o menos por el fin del segundo milenio, ¡sólo hace diez años!― ese proyecto iba tomando cuerpo más allá de los enteradillos y se iba a introducir en el mercado, es decir, en nuestras vidas marcadas por el mercado. Han sido estos últimos diez años los que han supuesto su generalización, aunque todavía no tan completa como la de la televisión, en el mundo desarrollado. Una generalización que hace que ahora, a muchos, nos resulte imposible concebir una vida sin Internet. Es curioso ver cómo ha sido igual de rápida y paralela al desarrollo de la Red, la extensión generalizada de los teléfonos móviles (¿Qué hacíamos antes de tener móvil?) dos tecnologías cuyo impacto social, sin duda enorme, está demasiado cercano para poder valorarlo con objetividad, pero que constituye una auténtica revolución de costumbres, conductas y modelos de visión del mundo.

Es interesante también cómo Espada se plantea analizar el cambio «desde el punto de vista microscópico», es decir, desde lo personal, y no desde «las grandes magnitudes»,  lo general. En eso coincide con Baricco cuando afirma que para olfatear los grandes cambios hay que acudir a los pequeños acontecimientos. También coincide con él al plantearse la pregunta no desde el qúe hacíamos sino desde el más radical «¿qué éramos?» que sugiere la posibilidad de una metamorfosis y no de un simple cambio de comportamiento. Yo me sigo inclinando por negar la mayor y sigo viendo cambio de entorno, pero no de naturaleza, aunque admito que como expresión de profundidad e intensidad del cambio la expresión es muy válida.

La tercera afirmación importante es una que se repite insistentemente desde hace ya unos años: internet ha acabado con la televisión. En realidad, más allá de su situación personal, Espada alude no sólo a una transformación que todavía está en marcha y que sugiere que vamos hacia una única plataforma desde la que manejaremos las imágenes y los sonidos que hoy todavía están divididos en los soportes del ordenador y el televisor. Se refiere también al final del monopolio de las televisiones generalistas para pasar a la multiplicidad de oferta y a la consecuente segmentación de usuarios. Es obvio que vamos hacia eso, pero más despacio de lo previsto. Y no olvidemos que siempre va a haber un amplio consumo de lo más fácil de aquella gente que no quiere tener el privilegio ni la responsabilidad de elegir.

En cuanto a la cuestión  clave del tiempo, afirma Arcadi que hemos ganado tiempo y se pregunta qué hacíamos entonces con tantas horas. La pregunta sería para mí, en cambio, qué es lo que hemos hecho con esas horas sobrantes. Hemos ganado tiempo, pero ¿qué hemos hecho con él? ¿Quizá perderlo ante la pantalla en una especie de bucle de consumo en el que por un lado el tiempo que ahorramos con la herramienta tecnológica se lo traga la misma herramienta que lo produjo? Seguimos sin tener tiempo para nada y, sin embargo, seguimos consumiendo pantallas con impaciencia creciente ante los adelantos de la velocidad de conexión y de reacción.

También roza el tema fundamental de las relaciones personales y virtuales: esas en las que las ideas llegan sin el aliento del que las expresa. Tiene razón en la mejora de la variedad y pluralidad; no estoy tan seguro, en cambio, de que haya mejorado la calidad. Creo que en la relación humana son imprescindibles esos peajes y ese aliento vivo a los que se refiere, para no caer en el aislamiento de celofán del individualismo.

Muy interesante es también la apariencia líquida de los e-mails y, en general, de todo hipertexto. La rigidez, la solidez, la permanencia de papel hacen que uno piense seriamente qué escribir. «Lo escrito, queda», «Lo escrito, escrito está». Sin embargo el hipertexto no tiene esa misma consistencia y a la vez que flexibiliza la expresión, la aproxima a la palabra oral: más líquida, más débil, más volátil, más fugaz y, por tanto, más inconsistente.

Por último, ese valor lapidario del link en el que se gana más en inmediatez que en el rigor que proporciona la cita cuando la discusión intelectual lo es de verdad. Quizá olvide la impostura del «corta y pega» que ha hecho que gran parte de la generación digital haya perdido la conciencia de la propiedad intelectual y que en la universidad hayan tenido que acudir a Aprobbo un programa creado por Citilab para detectar textos copiados de la Red.

Un texto rico, pues, en sugerencias y que aprovechamos aquí para desear a todos los internautas un feliz vigésimo aniversario mirando a un futuro no de hombres nuevos, sino de nuevas oportunidades y riesgos para el hombre de siempre.

Utilicen la Red, no la consuman o serán consumidos por ella.