Retomamos la segunda parte del texto de Espada que dejamos ayer preguntándose cómo éramos antes de Internet. ¿Qué ha cambiado?. Si en el post anterior, en su vida personal una de las primeras consecuencias es la desaparición de la televisión, en este se hace una pregunta clave: ¿Qué ha pasado con el tiempo?

«Televisión al margen, la pregunta sobre el uso del tiempo continúa siendo inquietante. Uso el ordenador durante todas las horas del día y alguna de la noche (aunque jamás navego en mis insomnios esporádicos por un cierto instinto de conservación) y es humano que me pregunte qué hacía yo entonces con tantas horas.»

«Tampoco ayudan a aclararlo, otra vez, las circunstancias personales. Poco después de la Conexión (recuerdo a qué hora fue la primera, veo la posición del ordenador en la casa, mi expectación maravillada, y oigo aquel violín dodecafónico del encuentro entre las señales analógicas y las eléctricas que, aunque fugaz y puesto en mejor vida por la banda ancha, es el himno de la saciada legión PC), dejé la redacción del periódico de entonces y empecé a trabajar en casa: sin internet no habría sido posible. El cambio fue formidable y podría escribirte largamente sobre todas sus consecuencias. Pero la principal alude al tiempo: empezó a sobrarme. Una redacción, como cualquier oficina, incluye una gran variedad de protocolos obligatorios. Ambos sabemos cuánto se jalea la relación personal, presencial como la llaman. Desde luego, no soy un gran fanático y creo que tú tampoco. Es más: tengo la completa seguridad de que algunas de mis relaciones virtuales (intelectuales, amistosas, profesionales) no habrían prosperado en el apogeo personal. Es fantástico que las ideas de algunas personas te puedan llegar sin su aliento. Aunque el problema principal de la redacción no era el aliento, sino los protocolos de cordialidad a los que me refería: las relaciones personales están llenas de peajes que van más allá del buenos días y el buenas tardes y que precisan más tiempo que el que se dedica a un email protocolario, también imprescindible y hasta agradable a veces. O sea que internet no sólo ha mejorado mi productividad, sino la calidad y variedad de las relaciones humanas, enriqueciendo, a niveles que nunca pudo prever el teléfono, una dimensión virtual, limpia y libre.

Al principio el uso de la red fue sobre todo el del correo electrónico. […] En los usos del email se daban entonces dos curiosas características. La inmediatez no se asimilaba bien. Uno volvía contento y fino de madrugada y se encontraba una pendejada cualquiera a la que responder. En la vida analógica la respuesta se habría demorado sobriamente hasta los días siguientes. Pero la facilidad del send era irresistible. […] Otro rasgo interesante de aquellos primeros tiempos, y vinculado con la espontaneidad, es el atrevimiento con que la gente se manifestaba por escrito. Nunca se habrían atrevido con el papel. Internet tenía entonces una apariencia más líquida y nada de lo que uno tecleaba parecía que fuera a quedarse. La situación ha cambiado, y los emails han perdido ese tono de confidencialidad aguerrida que tenían en la época pionera. Por las indiscreciones y sus disgustos asociados, sin duda alguna.

[…] Creo que allí aprendí algo importante sobre la discusión intelectual: el valor lapidario del link. Internet nos ha acostumbrado a discutir con pruebas; y a escribir con ellas y a pensar.

Se ha echado la noche encima y, sobre todo, las líneas de la memoria. Te escribiré al menos otra carta sobre el asunto.

Sigue con salud
A.»

¡Qué buena crónica del paso del tiempo! ¿Qué hacíamos nosotros, cada uno hace 20 años? ¿Cómo lo hacíamos? ¿Quiénes éramos? ¿Realmente nos ha cambiado la Red? Iremos viéndolo.Mañana más. Mientras, como con toda tecnología, usen la Red ―no tendrán más remedio― pero no lo consuman o serán consumidos por ella.