Hoy mismo, mientras escribo, leo en la prensa que nuestro casi premio Nobel de educación, César Bona “está convencido de que hay otra forma de hacer las cosas en el aula”, “defiende que la formación de los niños debe sustentarse en el respeto, y que hay que potenciar habilidades naturales en los alumnos, como la curiosidad, la sensibilidad, la creatividad o la inteligencia emocional, dentro de un concepto pedagógico en el que los contenidos no lo son todo”, “aboga por tener en cuenta el factor humano en la educación”. “También defiende el valor de la escucha y de la actitud del docente”. No sé César Bona, pero cualquiera que le lea tendrá que suponer en consecuencia, que hoy en las aulas no se respeta a los chavales ni se potencian sus habilidades, se reprime su curiosidad y sensibilidad, los contenidos lo son todo y el factor humano no cuenta. Sin embargo, ¿qué hay de nuevo en un planteamiento que –salvando la etiqueta ‘emocional’ de la inteligencia–suscribirían san José de Calasanz o Paula Montal, fundadores de escolapios y escolapias, hace cuatrocientos y doscientos años respectivamente?…
Pero decía en el último post que había un par de insoportables falsedades en toda esta venta más que exposición de novedades. Y la segunda es precisamente la venta misma. Si era falsa y deformada la fotografía en blanco y negro de una supuesta escuela tradicional en la que se sospecha hemos estado hasta ahora, no menos falso y deforme es el spot publicitario en color de las aulas felices en las que los niños y adolescentes vienen al cole llenos de un motivante júbilo porque allí, en unas aulas pintadas de vivos colores, no hay libros, no hay exámenes –perdón, quiero decir ‘controles’ que la palabra examen es muy dura y ya fue desterrada junto con el hiriente ‘cero, como calificación como dos grandes innovaciones hace años– ni orden, ni jerarquía, ni esfuerzo… sólo una especie de alegría grupal con bonitas y relucientes pantallas que todo nos lo solucionan. Es puro márquetin. Vean si no el propio caso de César Bona: para él, la consecuencia más directa de su indudable buen hacer en el aula es que la ha abandonado. Sus niños se han quedado sin él porque su figura se ha hecho popular y se ha convertido en un valor de mercado y como vende, ahora se dedica a escribir libros de encargo, a dar conferencias y a asesorar a la Administración, porque las editoriales, los organizadores de los eventos a los que asiste y la Administración quieren aprovecharse del tirón de su popularidad. Márquetin.
Estoy convencido de la necesidad incesante de renovación, más que de innovación y, desde luego, en lo que no creo es en las revoluciones educativas. El mal profesor lo será siempre con cualquier metodología y el buen maestro vocacional será extraordinario en cualquier tiempo y lugar y con cualquier método. ¿O no hemos tenido profesores excelentes que sabían transmitir, animar, interesar, formar, sugerir… en sistemas educativos sociológicamente autoritarios y metodológicamente decimonónicos?
Yo no quiero ser un «profesor del siglo XXI» -otra etiqueta del márquetin-, quiero ser simplemente un buen profesor. ¿Por que la alusión al siglo XXI me parece rechazable? Porque el tiempo y sus exigencias actualizadoras me parecen algo accidental frente a lo esencial educativo que afecta a la naturaleza humana universal, atemporal y anónima.
Dicho lo dicho, es indudable que en las aulas tenemos un problema. En la presentación de estas innovaciones y en algunos casos, los síntomas del problema están bastante bien descritos: es cierto que nuestros alumnos muestran unos síntomas de dificultad para el aprendizaje: falta de concentración, dispersión, falta de interés, desmotivación, falta de voluntad (o crisis de esfuerzo que se dice ahora)…pero las causas no están en el sistema educativo sino fuera de él. Nuestro alumnado no es distinto al de otras épocas, son niños y adolescentes de toda la vida. Lo que ha cambiado son las circunstancias en las que viven su desarrollo vital y que les hacen reaccionar ante el aprendizaje de una manera determinada. La raíz del problema no es metodológica, sino sociológica. El profesorado no es culpable, sino víctima de un proceso de degradación social, ético, moral mal diagnosticado.
Y no vale con decir: “De acuerdo, las causas serán las que sean, pero el problema lo tenemos en las aulas luego tendremos que hacer algo distinto en ellas”. ¿Distinto? No hay nada nuevo bajo el sol. Solo personas. La novedad, la verdadera novedad hay que buscarla en el corazón de cada maestro y de cada alumno y hay que renovarla cada día. Sin esa innovación, todas las demás no son sino seda para vestir monas.
Donde hay que incidir es en la raíz del problema que, como digo, no está en la escuela sino fuera: en la tribu –como dice Marina– y en la familia. Me manda mi compañera Mª del Carmen este gráfiti firmado por una maestra llamada Genoveva Hi González: “Mi escuela es mi segunda casa, pero mi casa es mi primera escuela”. Y es ahí donde hay que profundizar para iniciar un cambio social y educativo: hay que buscar la manera de hacer llegar la educación del colegio a las familias que lo eligen para que ambas instituciones trabajen del mismo lado y en la misma dirección. Y la tribu. La tribu es hoy mediática: la tribu es la tele, sigue siendo la tele -¡y de qué manera!-; es internet, el ordenador y el móvil. La tribu es Gran Hermano, Adán y Eva, Sálvame, Instagram, Facebook, You Tube, Ask, Snapchat, Twitter, Whatsapp… Es ahí donde se educan los chavales ante la mirada deslumbrada, desorientada, paralizada y pasiva de los padres, de los colegios, de las administraciones. La escuela de la distracción y el entretenimiento, pero no del aprendizaje. Una escuela que es puro consumo y, sobre todo, puro negocio que genera miles de millones de beneficio a unos cuantos interesados en extenderla a costa de lo que sea. Una escuela que compite en valores y en metodologías con la familia y el colegio y que hay que combatir no uniéndose a ella, como preconizan algunos, ni siquiera utilizando sus mismas armas, sino amueblando bien las cabezas y los corazones que inevitablemente van a vivir en ella.
¡Qué gusto da leer lo que uno está pensando! gracias Pepe por ese despliegue de sentido común que, parece ser el menos común de los sentidos.
¡Qué gusto verte por aquí, compañera! En los próximos post publico una reseña síntesis del último libro de Catherine L’Ecuyer con ideas interesantes muy en la línea de ese sentido común que muchos profes tenemos en el cabeza.
Me ha encantado. Es lo mejor que he leído tuyo. Poco puedo decir del aula pero si de la base del problema. La sociedad es inmediata y no se para a analizarse. Hay que mirar hacia dentro para poder mirar hacia fuera. Hemos de conseguir que la gente piense y lo haga libremente, sin manipulación y con criterio y eso no es solo problema de los profesores sino de todas las personas que nos importa el oltro
¡Hombre, Teresa! Muy identificada te debes sentir para que por fin te hayas animado a comentar. Me alegro y te lo agradezco. Y qué casualidad: dos Teresas juntas. «Mirar hacia dentro para poder mirar fuera» Ese es el camino. Como le digo a tu tocaya, en los próximos post publico una reseña sobre un libro que está escrito desde esa perspectiva. Abrazos, amiga.
Buenísima reflexión, ¡me ha encantado!
Gracias, Trinidad. Se trata de reflexionar y generar debate. Espero que para eso sirva