Aunque haya que interrumpir el desarrollo de la reseña de Nicholas Carr en la que estamos enfrascados, incluimos aquí un texto que me envía por correo Luis. La tragedia es de tal magnitud que lo merece. Sin más comentarios. Descansen en paz.

«Primero callarán a los periodistas que todavía hablan. Después le llegará el turno a Dante Alighieri, el infiel que osó enviar a Mahoma al Infierno; de ahí que las asociaciones islámicas exijan que se suprima el estudio de todas sus obras en los colegios de Francia. Más tarde le tocará a Voltaire, el perro ateo que osó escribir El fanatismo o Mahomed el profeta, obra sacrílega en la que se afea a un buen musulmán el haber matado a su hermano y a su padre por impíos. A continuación… Lo que no consiguiera Solimán el Magnífico tras plantarse ante las murallas de Viena con sus seiscientos mil jenízaros está a punto de lograrlo la medrosa estulticia intelectual y moral de esta Europa multiculti que tiembla de pánico cada vez que el iracundo dios de los beduinos reclama otro vasallaje.

A fin de cuentas, esos doce cadáveres que ahora mismo aloja una morgue de París encarnan la prueba del fracaso de su utopía. Pero no de la del islamismo militante, sino de la de un Occidente que se quiere creer a sí mismo laico y laicista. Porque es nuestro sistema de creencias, y no el suyo, lo que en verdad ha fracasado. Occidente vive instalado en el mito de que el resto del mundo lo tomará por modelo a imitar a medida que vaya absorbiendo su saber técnico y científico. Occidente quiere engañarse pensando que todos los demás ansían ser Occidente. Y en la almendra doctrinal de esa superstición gratuita habita el error de creer que los hombres mejoran a medida que se expande el saber científico y el conocimiento técnico.

Recuérdese al respecto la infinita ristra de estupideces que aquí se dijeron a propósito del balsámico influjo liberador de Twitter y otros juguetitos tecnológicos cuando la llamada primavera árabe. Trasladado a las ideas políticas, el mito del progreso constituye una ensoñación pueril. La ciencia siempre avanza. Los seres humanos, en cambio, pueden tornarse más salvajes e irracionales a medida que mejora la técnica. Por eso nada impide a cualquier criminal islamista disponer de una cuenta personal en Facebook desde la que celebrar sus carnicerías. La quimera de pretender que pueden convivir en pacífica armonía los principios de la democracia liberal con los modos de vida y los valores civiles propugnados por el islam no es más que eso, una necia fantasía nihilista. Una fantasía tan infantil como nuestros bobos devotos del multiculturalismo, esos que, con los doce cadáveres de París aún calientes, ya vuelven a ejercer como abogados de oficio del Profeta.«

Pepe García Domínguez, Libertad Digital