A veces los tecnólogos, los responsables de las grandes compañías de software y aplicaciones se salen del guión establecido y son brutalmente sinceros. Suelen ser comentarios al margen, fuera de micro, y siempre valiosos por la perspectiva cínicamente ciberoptimista del que habla. Muy pocas veces se dan en público, pero las hay. Como esta que nos relata Carr. He subrayado algunas frases.
«Fue un discurso curioso. El evento era la conferencia TED 2013, celebrada a finales de febrero en el Long Beach Performing Arts Center, cerca de Los Ángeles. El tipo desaliñado que estaba en el escenario, meneándose incómodamente y hablando con una voz vacilante era Sergey Brin, supuestamente el más extrovertido de los dos fundadores de Google. Estaba allí para publicitar Google Glass, el “ordenador acoplado a la cabeza” de la empresa. Tras un breve vídeo promocional, hizo una crítica burlona al Smartphone, un dispositivo que –sin embargo– Google, con su sistema Android, ha contribuido a masificar. Sacó su propio teléfono del bolsillo y lo miró con desdén. Usar un Smartphone es “una forma de emasculación”, dijo. “Ya sabes, estás ahí sentado y te dedicas a frotar este pieza de cristal carente de rasgos distintivos”. Además de ser “socialmente aislante, mirar a una pantalla reduce la implicación sensorial de una persona con el mundo físico”, apuntó. “¿Es esto lo que se supone que debías hacer con tu cuerpo?”. Habiéndose librado del smarphone, Brin pasó a exaltar los beneficios de Glass. El nuevo dispositivo, dijo, ofrecería un “factor de forma” muy superior para la informática personal. Al liberar las manos de las personas y permitirles mantener su cabeza alta y los ojos hacia delante, estas volverían a interactuar con su entorno. Se volverían a unir al mundo. Tenía otras ventajas también. Al colocar una pantalla de ordenador permanentemente a la vista, las gafas informatizadas permitirían a Google, a través de su servicio Google Now y otras prestaciones de rastreo y configuración personalizada, entregar información pertinente a las personas siempre que el dispositivo percibiese que requerían consejo o asistencia. La compañía satisfaría la mayor de sus ambiciones: automatizar el flujo de información hasta la mente. Olvide las funciones de autocompletar de Google Suggest. Con Glass en su ceja, dijo Brin, haciéndose eco de su colega Ray Kurzweil, ya no tendría que buscar en la Red nunca más. No tendría que formular búsquedas o peinar resultados o seguir rastros de enlaces. “La información simplemente le llegaría a medida que la necesitase”. A la omnipresencia del ordenador se le sumaría la omnisciencia».
Repetimos: el Smartphone es una forma de emasculación… Estar ahí sentado frotando esa pieza de cristal carente de rasgos distintivos que te aísla socialmente al mirar una pantalla que reduce tu implicación sensorial con el mundo físico. El resto es la venta del nuevo producto.
En efecto, dice Carr, «El cerebro humano es incapaz de concentrarse en dos cosas a la vez. Cada mirada o deslizamiento por una pantalla táctil nos aleja de nuestro entorno inmediato». No extendemos nuestro propio cuerpo -como decíamos en el post anterior- sino que nos encerramos más en él. «Con el Smartphone en la mano somos un poco fantasmales, vacilamos entre ambos mundos. […] Las personas han sido siempre sensibles a la distracción. Las mentes divagan. La atención se disipa. Pero nunca hemos llevado en nuestra persona una herramienta que cautiva tan insistentemente nuestros sentidos y divide nuestra atención. Al conectarnos con otro lugar simbólico, el smartphone, como insinuaba Brin, nos exilia del aquí y del ahora. Perdemos el poder de la presencia».
Imaginemos –a pesar de Brin, pero siguiendo su razonamiento– lo que ocurriría con las gafas de marras, prácticamente incrustadas en el cerebro. Efectivamente, sería un paso más: nuestras manos quedarían liberadas tanto o más que atada quedaría nuestra iniciativa personal. Al menos el móvil todavía nos ofrece una pequeña resistencia, necesita de nosotros. Las Glass se harían invisibles y, por tanto, inaccesibles a cualquier análisis crítico por parte del usuario. Como le ha sucedido ya a la televisión (tan omnipresente, tan incrustada en nuestras vidas que ya sólo somos capaces de verla –de pensarla– cuando dejamos de mirarl) una tecnología se vuelve invisible cuando se convierte en algo tan esencial para la existencia de las personas que ya no pueden imaginar la vida sin ella.
Referencias:
Nicholas Carr, Atrapados, cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas, Madrid, Taurus, 2014.
Superficiales, Doce entradas del blog comentando el libro anterior de Carr