«El yo –dice Carr– rara vez es fijo. Tiene una cualidad proteica. Emerge mediante la exploración personal y se modifica con las circunstancias. Esto es especialmente cierto en la juventud, cuando la autoconcepción de una persona es fluida y está sujeta a pruebas, experimentación y revisiones». Sin embargo, Facebook y las redes sociales nos animan a que mostremos públicamente una sola identidad. «”Tienes una identidad», dice Zuckerberg. “El tiempo en el que tenías una imagen diferente para tus amigos o colegas de la oficina y para la otra gente que conoces está llegando probablemente a su fin con bastante rapidez […] tener dos identidades es un ejemplo de falta de integridad”». Facebook necesita conocernos bien, necesita que no le engañemos porque lo que vende a sus anunciantes son paquetes de intereses personales. De ese modo mata dos pájaros de un tiro: por un lado, nos convence de que querer mantener una personalidad propia al margen de la red pública demuestra debilidad de carácter y, por otro, convierte el derecho a la privacidad en una bagatela indefendible.
Sin embargo, tenemos derecho a cambiar, a manifestarnos distintos según las circunstancias, a olvidar lo que fuimos para poder ser otra cosa, a escapar de esa unicidad monolítica y sofocante a la que nos condena nuestro perfil. Ser nosotros mismos es un esfuerzo permanente y complejo de búsqueda, de ensayo y error, de intimidades no desveladas y protegidas por los vínculos de familia, de amor o de amistad verdadera de la vida física cotidiana.
Epílogo
«Las tecnología digitales de la automatización, –termina Nicholas Carr–en lugar de invitarnos al mundo y animarnos a desarrollar nuevos talentos […] están diseñadas para desalentar. Nos alejan del mundo. Eso es consecuencia no solo del diseño imperante, centrado en la tecnología, que coloca la facilidad y la eficiencia por encima de cualquier otra consideración. También refleja que, en nuestra vida personal, el ordenador […] está minuciosamente programado para llamar y mantener nuestra atención. […] la pantalla es intensamente atractiva, no solo por las prestaciones que proporciona. Siempre está ocurriendo algo, y podemos participar en cualquier momento sin el menor esfuerzo».
Por eso, «Dado que los sistemas informáticos y las aplicaciones de software juegan un papel cada vez mayor en el moldeamiento de nuestra vida y del mundo, tenemos la obligación de estar más, y no menos, comprometidos en las decisiones sobre su diseño y uso, antes de que el ímpetu tecnológico elimine nuestras opciones. Deberíamos tener cuidado con lo que creamos».
«Puede que tengamos que poner límites a la automatización. […] Puede incluso que debamos valorar una idea que ha llegado a ser considerada impensable: […] dar prioridad a las personas sobre las máquinas».
Y concluye: «La resistencia nunca es fútil. […] nuestra mayor obligación es resistir cualquier fuerza […] institucional, comercial o tecnológica, que pueda debilitar o enervar el alma».
En eso estamos.
Referencias:
Nicholas Carr, Atrapados, cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas, Madrid, Taurus, 2014.
Superficiales, Doce entradas del blog comentando el libro anterior de Carr
Ha sido un trabajo bien provechoso, Pepe. Es de justicia agradecértelo sin paliativos.
Mi corto epílogo (mucho más breve de lo que me hubiera gustado) es: En general, el análisis de N. Carr es agudo y certero. Nos ayuda a ver cosas que una mirada más superficial no nos enseña; a reflexionar con instrumentos de conocimiento que nos presta y no disponíamos de ellos. En general, el abordaje a la comprensión del fenómeno de la «automatización avanzada» y los efectos de las pantallas sobre nosotros y muy especialmente sobre nuestros hijos (y nietos) queda bien pertrechado para el análisis de nuestras circunstancias concretas o personales, sociales y particulares, y nos hacen más fácil el dominio de las mismas y su posible corrección mediando nuestras conductas. En este sentido, Nicholas Carr supone una excelente referencia y tus amplias reseñas un favor impagable.
Pero hay otro sentido, el de la realidad, que se conforma de infinitas «particularidades» y parece resultar literalmente «intratable». Es inevitable en este tipo de ensayos trabajar sobre «modelos», o bien que la consideración de la conducta de fabricantes y usuarios y los efectos en ambos, se formulen como si afectaran a tales. Y este hecho, el de hablar acerca de «modelos» y no de «particularidades», es lo que hace que las sesudas averiguaciones y el profundo análisis de N. Carr -y de todo autor- tengan, según creo, tan magros resultados en términos de aplicación personal y corrección conductual. No es raro que una sociedad que lleva más de dos centurias enterrando cualquier cuerpo doctrinal de aplicación social o común, en favor de la exaltación de una autonomía moral personal -del todo irreal e irrealizable- se comporte inmune a cualquier recomendación generalista, generalizada, general. El fondo del problema es de naturaleza moral… y de salud psíquica. Porque psicótico me parece creerse soberano y comportarse esclavo.
José Luis
Es esa cualidad proteica de la personalidad, la que dificulta la aplicación personal de los resultados del libro de referencia, y de tantos otros estupendos ensayos que tratan el fenómeno que nos ocupa. Yo mismo, gracias a mi extrema cualidad proteica (fruto -¡ojalá- de una consolidada juventud) me modifico permanentemente. Tengo épocas en las que caigo en una desagradable ciberadicción y otras en que domino al monstruo con total perfección. En unas pierdo el tiempo porque mis búsquedas son confusas y carecen de intención alguna, simplemente la máquina me domina o eso parece, porque también es cierto que sé que estoy dominado y dejo que así sea. En esos casos no culpo al invento sino a mí mismo. Pero en las otras mi trabajo resulta posible, y agradable, simplemente porque existen los ordenadores y existe internet. En ambas épocas el interfaz es el mismo pero no así sus efectos sobre mi identidad. Esto me permitiría decir que la automatización informatizada en nada me afecta (y así lo creo) pero no lo diré porque cierta forma de prudencia me lo impide. Es innegable que las tecnologías producen todos esos efectos, buenos y malos, tantas veces explicitados en este blog, pero también lo es que los usuarios no siguen -por lo general- unos patrones únicos de uso y que los van cambiando según su capacidad proteica. Por eso, me parece, los «modelos» sirven para el análisis pero no tanto para la aplicación concreta-particular.
José Luis
De nuevo esa sana resistencia tuya a formar parte de un grupo resultante de una clasificación sociológica. Sin duda es cierto que todo análisis sociológico tiene algo de espejismo cuando se enfrenta a la realidad individual de personas libres. Sin embargo, cuando se estudian los efectos de la tecnología o los medios se intentan definir no tanto patrones de actuación, sino, por una parte, los hechos y sus causas y, por otra, las tendencias que conducen a cambios que por su generalización se pueden calificar de sociales. Tanto en los hechos, como en los cambios o tendencias, queda a salvo la libertad personal para afrontar los unos y moverse entre los otros.
Quiero pensar que la cualidad proteica de tu condición humana frente a la tecnología no viene dada tanto por la casualidad, sino por distintas formas de afrontarla en las que interviene tu libertad y tu voluntad. El hecho de que cedas o no ante el empoderamiento tecnológico no demuestra sino que podemos enfrentarnos a él de diferentes formas.
No creo que Carr intente fijar leyes, sino olfatear tendencias y tratar de comprender mecanismos, en este libro los muy sutiles que se esconden en la relación que tenemos los usuarios con la tecnología, tanto por las características de nuestra naturaleza como por las de la tecnología. Nos ayuda a verbalizar, es decir, a comprender y poder atrapar con el pensamiento lo que vivimos de manera inconsciente e irreflexiva. Nos ayuda a entender y entendernos.
Y en la entrada de hoy nos anima a resistir en favor siempre de las personas. En eso estaremos… siempre.
Siempre, sí.
Y la línea roja que no pienso traspasar la pongo en el empleo de lo que viene: las glass de google. Así que declaro al universo (escuchad Samsung, Apple, etc, etc) que yo, José Luis Rodríguez Rigual, jamás me calzaré vuestras glass ni los sucesivos «avances» tecnológicos derivados. Aunque me lo ordenéis….. ¡antes vuelvo al correo postal!
José Luis
Este blog, asume -nunca mejor dicho, por cierto- su papel de testigo de este solemne juramento