El otro día vi un telediario. Con la ventana abierta al mundo que dicen que es la tele se me llenó mi cuarto de una bocanada de humo denso y de cristales rotos. Quise informarme, ver qué pasa y durante un momento sentí un escalofrío de dudas y de miedo. ¿Seré yo? De ninguna manera y tranquilícense si alguna vez han sentido lo mismo. Lo anormal es la tele.
La imagen de la vida que dan los medios es claramente patológica: la necesidad de titulares, de destacar lo negativo, conforma una determinada visión perversa, desencantada y negra del mundo. Un mundo de antihéroes y sombras, de aristas y de monstruos. La agenda setting de la prensa convierte los casos aislados en tema recurrente y, de pronto, una serie de episodios violentos en una escuela, convierten en violenta a toda la educación: durante un tiempo, los casos de acosos y suicidios llenan nuestras pantallas y se convierten en portadas de periódicos y tertulias; la muerte de un chaval por sobredosis disfraza de drogadictos a todos los jóvenes a los que sólo vemos vandálicos alrededor del botellón; la cuantificación diaria de la mal llamada violencia de género y el recuento semanal de accidentes de tráfico transforma al matrimonio en un infierno y a las carreteras en un río de cadáveres; el debate político es confrontación y griterío cuidadosamente dosificado por los gabinetes de prensa de cada partido en una estrategia de utilización sesgada de lo mediático.
Pasa en toda la prensa. Pero si, además, necesitamos enganchar a la audiencia, para que no se vaya otra cadena también en los informativos; si necesitamos de imágenes impactantes, de esas que después del breve aperitivo del titular esperamos impacientes ver completas tras la publicidad, con la advertencia previa de que van a ser especialmente crudas; si el notición deportivo del día puede ser un cabezazo de un jugador a un compañero en un entrenamiento, o una paliza en un vagón de metro, que ocuparán carísimos minutos de emisión con hasta cinco o seis o diez repeticiones, cámara lenta incluida, en el mismo telediario. Y si no lo ha visto usted a mediodía, no se preocupe que se lo repetirán de nuevo varias veces por la noche. Y así, la deformación del espejo en el que vemos la realidad se hace aún más falsa y patética.
Sí. Siempre ha habido sucesos. Porque la vida es drama. Recuerden aquel periódico de tirada millonaria que se llamaba El Caso. Hoy El Caso es la tele y la prensa que amplifica su estela, que ponen bajo los focos e iluminan la punta de un iceberg deforme y sucio.
Sin embargo, debajo del océano, allí donde no llegan o no quieren llegar las cámaras, lo que hace que ese iceberg navegue y no se hunda no es más patología oculta sino enormes cantidades de normalidad y sentido común de millones de personas y miles de familias que contra viento y marea siguen manteniendo el rumbo y cogen con fuerza el timón. Debajo de esa punta brillante, afilada, violenta, patológica, hay toneladas de normalidad no noticiable que mantiene nuestra fragilidad social a flote y navegando. No se preocupe: usted como yo, somos lo mejorcito, es decir, lo normal. Lo anormal, ya lo dije al principio, es la tele.
Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.
Lo preocupante, además, es el concepto que manejan los programadores para asegurar la audiencia de los informativos: «blindarlos» colocando en la parrilla programas de corazón inmediantamente antes. El personal se encamina hacia la información pagando el peaje de la casquería social; del hígado de la frivolidad al hígado del informativo: el problema es que el segundo viene «autorizado» por el mero hecho de aparecer en un informativo; y es verdad, «el caso» que emiten antes es muy parecido a «El caso» oficial del telediario.
En la radio, en programas informativos nocturnos, hablan de «hechos que no importan a nadie», del trabajo de ONGs, del trabajo del voluntariado, de las guerras olvidadas, de los ancianos queson cuidados, de los cuidadores… Hay otra realidad, el problema es que hay que querer buscarla.
Añadamos a eso el retroceso que está sufriendo la prensa de pago y el aumento de la prensa mal llamada gratuita y tenemos ya el modo habitual y común de construcción del significado de la realidad que tiene el personal. Y quizá nos asustemos (o simplemente, no nos sorprendamos de nada).
Un placer.