Más lecturas. La realidad es la que es. Sin embargo, el ser humano la vive simbólicamente y no importa tanto qué cosa sea la realidad, sino cómo se percibe. Porque es de esa percepción simbólica de donde nacen nuestros sentimientos. Si bien es cierto que a Lipovetsky la postmodernidad simbólica le parece un momento lleno de oportunidades para la libertad individual, en esta conversación con B. Richard, pone de manifiesto, que el mundo del hiperconsumo postmoderno se vive, sobre todo como una oportunidad perdida. Una pérdida que se manifiesta en la decepción del hombre que en la noria de la abundancia, persigue una zanahoria inalcanzable. Cómo la zanahoria del mundo mediático-simbólico choca una y otra vez con la realidad de la vida cotidiana. La enorme distancia entre la abundancia exterior y la pobreza interior. La insuficiencia perpetua a la que nos condena la excitación permanente a no dejar de consumir.
«Las sociedades hipermodernas aparecen como sociedades de inflación decepcionante. Cuando se promete la felicidad a todos y se anuncian placeres en cada esquina, la vida cotidiana es una dura prueba. […] Después de las «culturas de la vergüenza» y de «las culturas de la culpa», como las que analizó Ruth Benedict, henos ahora en las culturas de la ansiedad, la frustración y el desengaño (Pág. 21)
Los goces materiales son numerosos, pero más lo son los sentimientos de desdicha que producen los goces ajenos. De este modo, nos dice Tocqueville, el aumento de los bienes materiales, lejos de reducir el descontento de los hombres, tiende a elevarlo.
«Una de las ironías de la época es que los excluidos del consumo también son una especie de hiperconsumidores» (La felicidad paradójica […] Todos nos hemos vuelto hipersonsumidores. […] La civilización del bienestar de masas ha hecho desaparecer la pobreza absoluta, pero ha aumentado la pobreza interior, la sensación de subsistir, de sub-existir, entre quienes no participan en la fiesta. (Pág. 24)
[…] «la maldición de la abundancia»: […] cuanto más se incita a la gente a comprar, más insatisfacciones hay: nada más satisfacerse una necesidad, aparece otra y este ciclo no tiene fin. Como el mercado nos atrae sin cesar con lo mejor, lo que poseemos resulta necesariamente decepcionante. La sociedad de consumo nos condena a vivir en un estado de insuficiencia perpetua, a desear siempre más de lo que podemos comprar. Se nos aparta implacablemente del estado de plenitud, se nos tiene siempre insatisfechos, amargados por todo lo que no podemos permitirnos. Se ha dicho que el sistema del consumo comercial es un poco como el tonel de las Danaides* que además sabe aprovechar el descontento y la frustración de todos. (Pág. 44)»
(*Las Danaides, personajes mitológicos, hijas de Danao, la noche de sus bodas, por orden de su padre, mataron a sus esposos. Fueron condenadas entonces por Júpiter a llenar de agua un tonel sin fondo)