Leí un reportaje, creo que en El Semanal, en el que se hacía una interesante aproximación a la geografía simbólica. En él se advertía que el modelo de ciudad tradicional está en crisis. Antes las ciudades eran para vivir, ahora son sólo para transitar. No en vano los que viven de verdad en ellas son los transeúntes. Los demás vivimos no en la ciudad, sino en nuestras casas, cada vez más electrodomésticas, cada vez más cibernéticas y cada vez más individualizadamente aisladas de las casas de los demás. El asesino profesional de la película Collateral, interpretado por Tom Cruise, cuenta que en Los Angeles se murió un anciano en el metro y estuvo viajando todo el día sin que los demás viajeros se percataran de ello. Cada vez son más los hallazgos de cadáveres en las casas de personas mayores que viven solas y a las que nadie echa de menos.

Las ciudades son parques temáticos para turistas. En ellas, los ciudadanos nos movemos de la televisión, donde nos dicen lo que consumir, a las grandes superficies ―esos mercados del siglo XXI tan artificiales como el medioambiente creado por el cine y la televisión― donde consumimos. Si del espacio simbólico de las ondas es obvio que se ha adueñado el capitalismo feroz y el consumo como medida de todas las cosas, también ha penetrado profundamente en los centros urbanos. En los espacios urbanos se expulsa a todos aquellos que no sean productivos: niños y ancianos, mientras son recibidos con los brazos abiertos en ese otro espacio virtual donde empiezan consumiendo imágenes y acaban consumiendo su existencia.

La realidad de mi infancia en la que las calles eran lugar de juego y lugar de encuentro, es hoy progresivamente inimaginable. A medida que los parques urbanos son cada vez más ergonómicos, más blandos, con suelos antichichones y columpios acolchados, las ciudades van siendo cada vez más agresivas y los niños van desertando de las calles y atrincherándose en sus cuartos. El escondite y las canicas parecen estar en mayor peligro de extinción que el lince ibérico. En el informe Situación social de la infancia en España, encargado por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales a la Universidad Pontificia de Comillas y dirigido por él, el sociólogo Fernando Vidal asegura que «a los niños les han robado las calles». Y a la sociedad se le está robando la infancia. La conciencia de inseguridad les aboca a otras calles, las electrónicas.

Los niños comienzan a ver la televisión en torno a los dos años y medio y le dedican, según ellos mismos, dos horas en los días laborables y tres en los festivos. Con estos datos se calcula que un niño, cuando cumple 15 años, habrá visionado aproximadamente 12.000 horas de televisión: 17 meses viendo la televisión día y noche. Un 27% de los niños de entre 6 y 11 años se siente en soledad en el hogar. El 23% gasta todas las tardes lectivas viendo la televisión. El 60% prefiere estar solo en su habitación en la que la mayoría dispone de play station, televisor, game boy, teléfono móvil o/ y, en el mejor de los casos, una Wii.

El nuevo patrón de infancia ―mayor individualidad, aislamiento, desvinculación, pasividad, creencias difusas― que afecta ya a un tercio de la nuestra, se nos comunica por la televisión, por el modelo de consumo, por el propio modelo laboral que sufren los padres con crecientes jornadas de trabajo, multiplicándose conforme descendemos en la clase social. El 27 % de niños solos citado más arriba llega al 40 % si son hijos de inmigrantes.

Más comunidad, más familia, menos televisión, más sentido: así lograremos invertir la tendencia a la neoliberalización de la infancia. Así mejoraremos el medioambiente simbólico y su geografía.

Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.