«Pero lo que conoce una formidable expansión es sobre todo una especie de cinemanía-reflejo. Los individuos no paran hoy de fotografiar y filmar lo que les rodea; hoy todo es material para el cine digital, desde lo más dramático hasta lo más anodino, desde los aviones que se estrellaron contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre hasta el ahorcamiento de Sadam Husein, desde los incendios de coches en los barrios amotinados hasta el perrito que juega en el césped. […] En las calles y en los transportes, en las fiestas, en las exposiciones nos filmamos y filmamos de cualquier manera todo lo que se nos pone por delante, como si la imagen obtenida importase mucho más que la experiencia que se ha vivido de manera inmediata.» (Pág. 308)
«El placer de descubrir de otra manera lo que estamos viendo, la sorpresa divertida imprevisible, de mi propia imagen y el espectáculo que me rodea. […] Por eso la cinemanía tiene vínculos con el hiperconsumidor hedonista, que siempre está a la espera de nuevas experiencias de entretenimiento que neutralicen los tiempos muertos de la vida. … Hay una cinemanía frívola y hay otras de naturaleza distinta: el porno aficionado, … una cinemanía perversa, léase criminal. … el happy slapping, inventado por colegiales ingleses y consistente en agredir a un viandante cualquiera y filmar el hecho con el móvil, acostarse con una chica, léase violarla, filmarlo y hacer circular rápidamente las imágenes. […] No basta con hacer las cosas: hay que autentificar el acto con la cámara: el acto crea reconocimiento porque está cinematografiado. […] el deseo de ser estrella, de convertirse en una especie de héroe icónico. (Págs. 309-310)»