Gérard Imbert, El transformismo televisivo,Postelevisión e imaginarios sociales, Cátedra, Signo e imagen, nº 114, Madrid, 2008 (IV)

La televisión no es un espejo sino un espectáculo. La deformación de la realidad va en esa dirección. Divertir, entretener, atrapar la mirada porque es en la mirada de millones de ojos donde encuentra su fuente de financiación. La realidad aburre, el espectáculo interesa. Pero no es un interés que despierte y nos haga más lúcidos, sino que nos adormece y nos inmoviliza.

«En 1967 Guy Debord publicaba La societé du spectacle,…: «El espectáculo es la pesadilla de la sociedad moderna encadenada, que no expresa más finalmente, que su deseo de dormir. El espectáculo es el guardián de ese sueño»

…El moderno régimen escópico ha impuesto su lógica del espectáculo a la que pocos discursos públicos escapan, donde impera un voyeurismo mediático que sustituye a menudo al discurso del saber, una lógica del ver por el ver, que la televisión ha llevado hasta su extremo y que la telerrealidad ha consagrado, con su deriva hacia una visibilización a ultranza de la intimidad.

El espectáculo remite a un modo de representación basado en una permanente teatralización de la realidad […] Responde a un régimen del exceso, … un barroquismo de la las formas, … la velocidad del relato, los movimientos de cámara, las tomas vertiginosas, … (pág. 58) […] Formalmente se plasma en la hipervisibilidad: redundancia, repetición, efecto-lupa, .. Produce relatos que descansan a menudo en una tensión (temática y narrativa)

intimidad/extimidad: la disolución de las fronteras

El relato se desplaza … del hacer (las acciones narrativas) al estar, una especie de tiempo ininterrumpido en el que los personajes de los realities se revelan en su ser, dan a ver su intimidad en su aspecto más redundante y repetitivo, como una hiper-ritualización de la vida cotidiana, más ritualizada que la vida real, ya que no hay nada (en términos socio-laborales) que hacer, sino representarse a sí mismo y escenificar la relación con el otro. […] Una tierra de nadie que pertenece originalmente al sujeto pero que el medio «compra» y escenifica, una intimidad en todo caso vivida para ser vista…. Una mirada omniscópica, donde la intimidad es de todos y el ver, un derecho sin límites. […] Una forma de intimidad volcada hacia el exterior, hacia la exhibición: «extimidad», la llama Mehl (pág. 75)

… se tambalean dos valores fundamentales: el sentido del pudor (con su reverso: el sentido del ridículo) y el de la verdad (no importa que se finja o no, con tal de que uno sea auténtico, produzca un «efecto de realidad», dentro de la prestación televisiva). La televisión es la que impone su realidad. (Pág. 79)»

Vean televisión, no la consuman, o serán consumidos por ella.