Sin duda el vídeo de ayer va mucho más allá de la tarea que le encargó en su día la Cruz Roja. Es una pequeña joya que en treinta segundos cuenta muy bien cómo funciona la imagen y la tele en uno de sus terrenos más característicos: el reino de la emoción.
Ya lo dice Pedro muy ajustadamente en su comentario respuesta al de Negre: el spot «apela a las emociones, no a la razón. Transmite la idea de que, en el fondo, somos espectadores del dolor ajeno (el dolor como espectáculo, una vez más) y de que no podemos hacer nada (el chupete no llega ni llegará); y además, qué puñetas hace un bebé viendo solo la televisión y, encima, un informativo o documental. Es bonito, cierto, pero no se sostiene».
Ha habido épocas, ámbitos y culturas ―véase el siglo XIX en general, a pesar de la reacción Romántica, y la llamada época victoriana en particular―, en las que el sentimiento era considerado una debilidad y la emoción una parte de la intimidad que había que controlar e incluso ocultar.
No hace falta decir que los sentimientos nos son imprescindibles, forman parte de nuestra naturaleza y son fundamentales para la relación armónica con nosotros mismos y con los demás. Los sentimientos, como el lenguaje, son algo genuinamente humano.
Pero hoy, en nuestro medioambiente, lo sensible, lo sentimental todo lo invade. Lo emocional adjetiva incluso a la facultad superior de la inteligencia. Hoy hay una sobredosis de emoción y sentimentalismo en gran medida propiciada por la hegemonía de la imagen sobre la palabra, y en ese predominio el papel de la televisión como educadora de masas ha sido y sigue siendo fundamental.
La palabra es un magnífico vehículo expresivo para las emociones ―¿qué es si no gran parte de la poesía, la más pura utilización del lenguaje verbal?―, pero la palabra es un símbolo que exige siempre un esfuerzo de construcción y deconstrucción, de búsqueda expresiva, de selección, de precisión, que filtra de algún modo lo puramente instintivo, desnaturalizándolo y haciéndolo más racional, es decir, más humano. El hombre domina la emoción cuando la nombra porque la posee. De ahí que para una buena educación emocional, lo primero que hay que hacer es aprender a nombrar lo que se siente.
La imagen, por el contrario, aunque puede ser también un estupendo vehículo de la abstracción y el pensamiento, tiene una naturaleza sobre todo emocional. La imagen nos presenta la realidad de un modo totalizador, absoluto, global, instintivo. El niño del anuncio mira, ve, siente, se incorpora, actúa.
Todos somos un poco ese niño frente al televisor (salvo en lo de actuar: no nos da tiempo, una nueva emoción sucede a la primera y luego otra y eso nos paraliza. Sabemos, además, que entre lo que suscita la emoción y nosotros está el muro de cristal de la pantalla que nos provoca y a la vez nos protege confortablemente de la ficción, o de la realidad hecha ficción, es decir, del espectáculo que nos muestra. El chupete no llega ni llegará ―Pedro dixit―). Toda la sociedad se ha infantilizado y llora. Lloran los concursantes en los concursos, lloran cuando pierden y cuando ganan; lloran los empalagosos personajes de las telenovelas; lloran, por supuesto, los protagonistas de los realities; lloran los adolescentes de las series y lloran también los adultos comportándose como adolescentes…
Incluso las víctimas de las catástrofes lloran. Y es lógico, son de los pocos que tendrían derecho. Sin embargo, hasta el dolor verdadero de las víctimas, que está destinado a expresarse exteriormente ante los más próximos, es pervertido por la presencia de las cámaras que lo convierten así en espectáculo público e impúdico y, muchas veces, convierte el llanto en pseudollanto o un llorar dirigido exclusivamente a las cámaras de televisión.
Sobre lo de «qué puñetas hace un niño viendo sólo la televisión», hablaremos otro día…
volvemos a las formas más primitivas de expresarnos porque ya estamos olvidando la palabra. Con las que nos quedan se pueden decir muy pocas cosas: tqm, xfa…
a veces te resulta más fácil llorar un poco o darle de besos al interlocutor.
Qué bonito es lo que has dicho, Amanda.
Muy guay, Pepe. Contigo no puede ni el final de curso –ése que tan cansados os tiene con toda razón–. Hablando de la palabra y de su ausencia, precisamente, has puesto palabras certeras en tu análisis, es decir, agudas, profundas, veraces. Es verdad: la sociedad llora cada vez más; hay una sobredosis de emoción (emoción pronta y algo tontorrona, añadiría); la imagen lo invade todo y a todos, aunque nos cueste percibirlo (tenemos muy pocas palabras para ello); no sé si nos infantilizan, creo que sí, pero es claro que la sociedad adulta está también «tocada». No se comporta, por lo general, con la madurez correspondiente a la edad; …..Las tesis de Carr cobran fuerza y deberíamos repasarlas con cierta frecuencia hasta su asimilación.
Uno de los signos de la madurez es dar a cada cosa la importancia que tiene. Me pregunto si hoy sabemos discernir lo que es importante de lo que no lo es.
Yo sí creo que las emociones son importantes, pero no el infantilismo. Supongo que tiene que ver con la educación desnatada en la que estamos inmersos y la idea de que lo normal es lo fácil.
Al hilo de esta entrada y de la anterior y los comentarios que habéis hecho, pienso que los verdaderos cambios de las personas (por tanto, encaminados al cambio estructural) se dan a través de las emociones de las personas, pero cuando esas emociones son hondas.
Mi experiencia me dicta que cuando la emoción de saberse nada se reconvierte en sentirse agradecido, es entonces motor de un profundo cambio emocional.
Espero esa entrada sobre los niños viendo solos la tele o navegando, de paso, por la red.
Un abrazo.
Sin duda es una regresión, Amanda. No tanto por la brevedad de los signos, sino por su limitación expresiva.
Si la prueba del algodón, José Luis, es la que propones -saber dar a cada cosa su importancia- el diagnóstico social es claramente patológico. Somos una sociedad de adultescentes.
Ya lo creo, Negre, que es un problema de hondura. No podemos prescindir de los sentimientos, sería como prescindir de nosotros mismos; pero hoy hay una sobredosis de empalago y, además, de superficialidad.
Pero cómo que «muy guay Pepe», José Luis, si el post se lo he hecho yo. A ver, un poquito de por favor…
¡jajajajaaa! ….. sí, la verdad es que tu comentario fue extraordinario y el núcleo de arranque del post de Pepe, pero ….. luego Pepe se curró muy bien el resto ¿eh? ….. ¡jajaja!