Soy hombre de palabra más que de vídeo y tal y como prometí os traslado la síntesis del primero de los que publicábamos el lunes.

La idea de que lo que le ocurra a una ardilla delante de nuestra casa sea más relevante que cualquiera de los conflictos del continente africano es uno de los riesgos paradójicos del superinformado medioambiente simbólico: que la aldea global acabe siendo nuestro patio de vecinos.

Sin darnos cuenta, una herramienta magnífica creada para la expansión, la comunicación, la apertura, la transparencia, el intercambio, el conocimiento puede acabar siendo un instrumento que nos introduzca en la pequeña burbuja de nuestros intereses más domésticos e inmediatos.

Los algoritomos creados por los programadores de los buscadores, las redes sociales, y en general todos los sitios de la Red, estudian nuestros hábitos y ofrecen a cada usuario una respuesta personalizada según sus intereses. Cada click es una información que dibuja nuestro perfil. La máquina los interpreta y nos da una respuesta dirigida a facilitarnos las búsquedas y personalizar la publicidad, pero, a la vez, va dibujando un mundo a nuestra imagen y semejanza que se aparta del mundo real. No se nos ofrece toda la información, sino cada vez más, sólo aquella que nosotros hacemos relevante con nuestro ratón. El mundo al que accedemos es, cada vez más el que Internet cree que queremos ver, pero no necesariamente el que necesitamos ver. Es, progresivamente un mundo confeccionado a nuestra medida. Un universo personal y único de información que sólo existe on line que no depende de lo que ocurre ahí fuera sino únicamente de lo que cada uno hace con su ratón cuando está conectado.

Con nuestras elecciones, acabamos dejando de ser nosotros quienes decidimos lo que entra en nuestra burbuja —lo hace el robot algorítmico guiándose, además, sobre todo, por nuestras primeras decisiones de ratón— y, lo que es peor, acabamos ignorando lo que Internet no nos ofrece finalmente para elegir.

La desaparición de los seres humanos, de los editores, de los periodistas que antes de Internet seleccionaban para nosotros la información fue saludada con entusiasmo como una liberación. Era la llegada de la democracia total, de la total transparencia informativa. Ahora tendríamos acceso directo a lo que sucede. Sin embargo, del mismo modo que la televisión ha propiciado la hegemonía de lo que se puede ver con el engañabobos del en vivo y en directo, y ha hecho desaparecer progresivamente el análisis y la interpretación de la información, la sustitución de los periodistas por los robot algorítmicos, ha traído consigo no la libertad de elección, sino la individualización de la información y la aldeanización del mundo. Porque aquellos seres humanos actuaban cada uno con su ética, imperfecta, pero ética al fin, y los robots algorítmicos lo hacen sin más ética que la eficacia propiciada por sus programadores, con la finalidad del beneficio empresarial como telón de fondo en la que el usuario no es sino el producto del que obtener información personal para vendérsela al mejor postor.

Eli Pariser, exige un cambio en ese modelo que tenga en cuenta no sólo la eficacia, sino también la responsabilidad social, la transparencia para conocer cuáles son esos filtros que se nos aplican de manera invisible; un cambio que nos devuelva el control para que seamos nosotros los que podamos decidir lo que es filtrado y lo que no y así escapar de esa burbuja que nos está dejando aislados en una inmensa red de unos solos.