Es el segundo vídeo de hace un par de entradas.
No parece que Google y Facebook estén demasiado preocupados. Al menos Larry Page no cree «que ese sea un problema interesante». Ellos están preocupados y, sobre todo ocupados, en otros asuntos: «Nosotros aquí, estamos trabajando para crear nuevas formas inteligentes para que la gente pase más tiempo en Facebook. Y en eso somos bastante buenos. Lo que tú planteas es algo mucho más complicado. Nos estás pidiendo que pensemos en nuestra responsabilidad social y nuestra responsabilidad cívica y en que distingamos qué tipo de información es más relevante. Esto es mucho más complicado. Nosotros sólo queremos hacer la parte fácil».
El hecho de que finalmente y poco a poco sean ellos y no los usuarios los que deciden qué se ve y qué no, es sólo un daño colateral e inevitable de la felicidad extrema que nos proporcionan. Porque eso de la personalización suena fenómeno desde el punto de vista publicitario: «Pensamos en usted. Está dirigido a usted y se adapta a usted» ¿puede haber algo mejor? Si se tratara de zapatos no cabe ninguna duda. Tratándose de la mediación con la realidad, la cosa cambia.
Además, lo que subyace debajo de esa lucha por ser más rápido y más eficaz en conseguir que el usuario tenga que tomar las menos decisiones posibles —aunque el usuario, a lo mejor, quiera decidir un poco más tardando un poco más de tiempo—, es una pugna económica entre Facebook, Google, Microsoft, Yahoo, etc… para conseguir el mayor número de usuarios que estén el mayor tiempo posible en su servicio con el fin de ser la empresa que más y mejor información acumule de ellos para poderla categorizar y vender.
Además de la reflexión sobre la calidad democrática, esta práctica tiene consecuencias concretas: los bancos, los servicios de contratación de personal, por ejemplo, vigilan ya las redes sociales para tomar decisiones que afectan a las personas. Proliferan las empresas que se dedican únicamente a la gestión de la información lograda por estos grandes servidores. Los gobiernos –democráticos y sobre todo los no democráticos- tienen un acceso mucho más sencillo a la información privada. No necesitan hacer una vigilancia real. Ya la están haciendo por él. Solo tienen que ser capaces de acceder y gestionarla cuando sea necesario. Hoy por hoy, para un gobierno garantista, es mucho más fácil obtener una orden para acceder al servidor de Google que al ordenador del ciudadano individual y con los mismos o mejores resultados. No digamos nada de lo que ocurre en gobiernos no democráticos como el Chino, el cubano o algunos regímenes árabes.
No hay que olvidar nunca que la creación de servicios —nuevos y siempre muy atractivos (redes, pagar a través del móvil,…) porque nos facilitan la vida— por parte de estas grandes corporaciones tiene siempre como contrapartida el objetivo final de saber más sobre nosotros, poderlo categorizar y negociar después con ello.
Es cierto que tiene un beneficio directo de utilidad y rapidez para el usuario, pero el hecho de que ocurra sin que nos demos cuenta y que acabe afectando no sólo a nuestras decisiones de consumo, sino a nuestra visión del mundo, es algo muy serio.
Dice Pariser: «si el futuro de Internet va en esa dirección, tenemos que asegurarnos como usuarios de que sean mucho más transparentes cuando lo hagan de modo que podamos saber cuándo las cosas están siendo personalizadas para nosotros. Y tenemos que asegurarnos de tener más control sobre esto de tal forma que no quede sólo en manos de esas grandes corporaciones que tienen intereses tan diferentes a los nuestros».
Es interesante el pequeño ejemplo que pone de aumentar las opciones que vayan más allá del «me gusta» «no me gusta» en Facebook. La sola presencia de esas dos únicas opciones frivoliza y hace más superficial el intercambio de información entre los usuarios. Un botón de «importante», por ejemplo, introduciría una variable más allá de la banal trivialidad que caracteriza la mayor parte de la ‘información’ que circula por las redes sociales. «La gente estaría expuesta a cosas que a lo mejor no provocan una sonrisa, pero que debemos conocer».
En cuanto a la actuación de control político, lo que nos dice es que en EEUU ha habido alguna individualidad que está preocupada por la deriva que pueda tomar la Red en temas de privacidad y control de la información, pero que, en general, estas grandes compañías aportan tanto dinero a las campañas que no es fácil que luego haya actuaciones decididas por parte de los gobiernos. «El gobierno Obama —nos dice Pariser— tuvo mucho apoyo de Silicon Valley por lo tanto, no quieren ponerse totalmente del lado contrario de estas empresas y creen — con enorme aunque lógica ingenuidad— que las empresas están del lado bueno y del lado que conduce el mundo hacia un camino que es el que ellos desean».
No. No parece que las empresas estén preocupadas. Los gobiernos tampoco. ¿Y los usuarios? Como en el resto del consumo tecnológico, por un lado, el usuario no se siente consumidor y, por otro, le importan muy poco los efectos colaterales porque el caudal de beneficio es enorme frente a la aparente futilidad de unos inconvenientes que no acaba de percibir de manera directa.
Ojos que no ven, corazón que no siente.
Ojos que no ven, corazón que no siente, y muy poco sentido común en el momento de usar las redes sociales.
Por eso tratamos aquí, Ana Laura, de ofrecer perspectivas que propicien el sentido común y el buen uso de las redes.
Un abrazo.