Mi amigo Pedro comenta en su página de Facebook un artículo de Pérez Reverte sobre la contraposición libro de plasma / libro de papel que titula expresivamente Leer con luz de luna que se cierra con una apasionada y literaria defensa de la relación entre el lector y el libro tradicional, pero en el que se dicen, además, algunas cosas interesantes y llenas de sentido común respecto a la incongruente oposición entre ambos soportes:
1. Que lo importante es el contenido y no el soporte.

2. Que no son soportes opuestos, sino complementarios, por lo que se deduce que uno no desplazará al otro y que cualquier requerimiento de oposición maniquea es injusto e interesado.

3. Que el libro electrónico tiene innegables y obvias ventajas como herramienta que llega donde no llega el libro tradicional: almacenaje, transporte, descargas, acceso sencillo a literaturas marginales, lectura en situaciones difíciles, de tránsito,  etc…

4. Que, sin embargo, el soporte no es una tecnología neutra ―ninguna lo es― sino que condiciona un tipo de relación distinta con la lectura: aprecia en el libro digital una cierta tendencia a la dispersión, precisamente porque dicho soporte proporciona la posibilidad de disiparse en la recompensa del surfing de la multitarea que proporciona; mientras que la lectura de verdad requiere un soporte menos agradecido, que te lo exija todo, que no de nada a cambio salvo la recompensa de leer.

5. Manifiesta un hartazgo de la omnipresencia de las pantallas que no es tampoco despreciable porque a pesar de que parece nada más que un soporte, una simple tecnología, constituye en realidad toda una respuesta cultural establecida por la pantalla misma en su vinculación con la imagen, con lo concreto, que presiona contra el esfuerzo, la personalización, la concentración y la abstracción del ascetismo solitario y unívoco de las grafías negras sobre fondo blanco.

6. Hace una relación de limitaciones del libro digital como soporte frío frente a la calidez biológica y biográfica del papel que, en última instancia pueden ser subjetivas y literarias, pero que constituyen todo un acervo que en una hipotética desaparición del papel, se irían con él empobreciendo nuestras vidas.

No es, como se ve, una simple broma literaria del recalcitrante personaje inventado por el columnista, sino una reflexión bastante certera y, a pesar de todo, objetiva del papel del papel.

Usen las pantallas, no las consuman o serán consumidos por ellas.