La cultura-mundo de Lipovetsky es la cultura del consumismo hiperbólico: en todas partes, a todas horas, el ciudadano se ha convertido en consumidor o, incluso, en prosumidor que consume lo que él mismo produce. El consumo es el motor económico básico y es, a la vez, estímulo para la existencia y paliativo de la desdicha y la decepción bajo la  estimulación permanente de los deseos por parte de las técnicas del márquetin.
Cultura del consumo de las obras artísticas que no se contemplan sino que se engullen en el teleturismo. Los museos se han convertido en atracciónes arquitectónicas, museos-espectáculo, especie de parques temáticos para dar valor a las ciudades con su capacidad de atracción arquitectónica. El arte también es mercancía, el arte business en el que  el valor de una obra depende de su valor comercial, del marketing, del sensacionalismo de su difusión mediática.

Cultura de marcas: en todas partes y en todos los soportes, en los cinco continentes,  trabajando continuamente para construir y mantener su imagen, dirigidas a todas las edades y sectores, construyendo un bombardeo permanente de deseos y proyecciones simbólicas imaginarias.

Cultura-celebrities, cultura de estrellas, en la que la fama lo invade todo y en la que se consume la celebridad no sólo para seguir consumiendo, sino también para personalizar los objetos consumidos y ante la orfandad de otras más válidas disponer de personas de referencia, de modelos de identificación creados por el cine, la televisión y la publicidad.

Cultura de la moda, cultura de lo efímero, de la renovación permanente, de la vida de mosca en la que todo estética, información, valor…dura el instante de despertar el deseo, de conocer el dato, de sentir la sensación. Cultura para seducir consumidores, cultura como inversión, cultura de la apariencia.