En la cultura-mundo de Lipovetsky, la cultura del verbo ha cedido el paso al culto a la pantalla. Porque en la raíz de este cambio cultural, además de los elementos puramente económicos, están precisamente el Cine, primero, y la televisión, después, como responsables absolutos de ese cambio, del triunfo del hombre pantalla, de la sociedad multipantalla, del todo pantalla, de la pantalla global, de la conexión de todos hacia todos en la que, sin embargo, la era de la conexión generalizada trae aparejado un sentimiento paradójico de creciente soledad. El cine por la instauración del lenguaje visual universal, la creación del star sistem, el predominio de lo emocional en la cultura de masas, su fuerte poder hipnótico y arreflexivo. La televisión por su penetración generalizada en los hogares, en el núcleo familiar; por su disponibilidad, por las ingentes cantidades de horas de su consumo.
Se vive en un flujo ininterrumpido de comunicación, información, entretenimiento, y espectáculo creados por una industria del ocio —hoy absolutamente hegemónica— caracterizada por oligopolios (concentración en pocas manos), concebidos para el beneficio, conducidos con la lógica del marketing y la publicidad, la renovación constante de sus productos y la creación de éxitos de masas. Una superoferta de hedonismo, despilfarro, exceso, sobreabundancia, consumo, sobredosis publicitaria, televisiones, webs, información, cine, música, festivales, museos, eventos deportivos, espectáculos…
Se vive en un flujo ininterrumpido de comunicación, información, entretenimiento, y espectáculo creados por una industria del ocio —hoy absolutamente hegemónica— caracterizada por oligopolios (concentración en pocas manos), concebidos para el beneficio, conducidos con la lógica del marketing y la publicidad, la renovación constante de sus productos y la creación de éxitos de masas. Una superoferta de hedonismo, despilfarro, exceso, sobreabundancia, consumo, sobredosis publicitaria, televisiones, webs, información, cine, música, festivales, museos, eventos deportivos, espectáculos…
Otro gran hermano, como algunas veces has dicho. Nos inyectan una sobredosis de entretenestesia general y todos somos felices
«Entretenestesia»: me apropio del término, con tu permiso, Amanda.
Creo que es así, que «la cultura del verbo ha cedido el paso al culto a la pantalla» y que en ello se halla una de las claves de la transformación cultural del hombre moderno. Tal vez la más determinante. No hace tantos años, me relataba mi madre cómo su padre, el cura del pueblo, las monjas de su colegio y otras personas de «bon sentit», compartían la idea de que el cine (eran los albores del siglo XX) era un invento del demonio del que debía uno apartarse. En aquella época, no pocas personas juzgaban inadmisible, y desde luego pecaminoso, que los actores se dieran besos de tornillo en la pantalla -«ahí, a la vista de todos»-. Sin duda, concedían otra trascendencia a la natural (y necesaria) intimidad de los afectos físicos: ¿estaban «muy» equivocados?… Yo diría que no tanto. Es posible que les asustara más el potencial tecnológico del invento para servir al mal, la perturbación de verse sorprendidos en sus bajos instintos (que en toda época acompañan al hombre), la indefensión ante la germinalidad de desorden o pecado a la que se vieron expuestos ellos y la humanidad toda, pensarían, que otros aspectos más circunstancales, por lo demás atractivos, como el de que hubiera de hacerse la oscuridad para…
El cine es maravilloso ¿quién podría negarlo? y ha servido también para dominar al hombre ¿quién podrá negarlo?
José Luis
PD. Su hija, la televisión, es peor que la madre.