En la cultura-mundo de Lipovetsky, la cultura del verbo ha cedido el paso al culto a la pantalla. Porque en la raíz de este cambio cultural, además de los elementos puramente económicos, están precisamente el Cine, primero, y la televisión, después, como responsables absolutos de ese cambio, del triunfo del hombre pantalla, de la sociedad multipantalla, del todo pantalla, de la pantalla global, de la conexión de todos hacia todos en la que, sin embargo, la era de la conexión generalizada trae aparejado un sentimiento paradójico de creciente soledad. El cine por  la instauración del lenguaje visual universal, la creación del star sistem, el predominio de lo emocional en la cultura de masas, su fuerte poder hipnótico y arreflexivo. La televisión por su penetración generalizada en los hogares, en el núcleo familiar; por su disponibilidad, por las ingentes cantidades de horas de su consumo.
Se vive en un flujo ininterrumpido de comunicación, información,  entretenimiento, y espectáculo creados por una industria del ocio hoy absolutamente hegemónica caracterizada por oligopolios (concentración en pocas manos), concebidos para el beneficio, conducidos con la lógica del marketing y la publicidad, la renovación constante de sus productos y la creación de éxitos de masas. Una superoferta de hedonismo, despilfarro, exceso, sobreabundancia, consumo, sobredosis publicitaria, televisiones, webs, información, cine, música, festivales, museos, eventos deportivos, espectáculos…