La cultura-mundo de Lipovetsky, por último, es la Cultura de la deificación de la Técnica; junto con la ciencia, la tecnocracia de la eficacia ilimitada como filosofía suprema.
La cultura-mundo  funciona, por culpa de la supremacía de los mercados, como una máquina de desposesión democrática que priva al Estado de auténticos márgenes de maniobraEl ruido y la entrada en competencia de los grupos de presión al servicio del mundo empresarial sumen por doquier el funcionamiento de las democracias en el inmovilismo, la parálisis y la indiferencia. En nuestros países, a la vez que la democracia se exporta como el mejor de los sistemas posibles y se intenta instaurar en todas partes —independientemente de su tradición y su cultura—, el complejo mediático-consumista debilita la democracia originaria por culpa de la política espectáculo y del desinterés de los ciudadanos por la cosa pública.

Sin embargo, a pesar del retrato apabullantemente negativo que plantea, la visión de Lipovetsky es extremadamente optimista. Ese retrato no es para él sino el de un mundo que se prepara para una unidad final global en la que el hombre-individuo, precisamente por haber conquistado ese estatus, libre de toda esclavitud referencial superior a él, alcanzará la felicidad a través del bienestar proporcionado por el acceso a bienes de consumo cada vez más asequibles a partir de una tecnología cada vez más ajustada, eficaz y liberadora.

Y, sin embargo, concluye su apartado del debate afirmando que  necesitamos escapar de la inmediatez de lo superficial y espectacular, volver a las fuentes, recuperar el eje de larga duración de la profundidad del tiempo histórico, abrir horizontes, estimular pasiones fecundas, desarrollar una formación inicial que impulse a los individuos a vivir para algo más que para el consumo efímero, recuperar una cultura que construya al ser humano dándole reglas, fijándole objetivos y una jerarquía de valores

Es como si creyera que lo que está pasando es simplemente la manifestación necesaria de una crisis que, una vez superada, hará reencontrarse al hombre consigo mismo.

Puede que tenga razón, pero tal y como nosotros lo vemos, si su descripción del medioambiente es acertada, este océano de pantallas, superficialidad, tecnología y consumismo puede acabar conduciendo al hombre a un paraíso parecido al Mundo Feliz en el que la humanidad de cada individuo puede quedar definitivamente ahogada en el mar de placentera superficialidad predicha por Huxley.

Veremos en próximas entradas que dice Hervé Juvin.