En un par de siglos, Darwin, Marx, Freud, incluso el suave Albert Einsten, pretendiendo cada uno a su manera proporcionar una base más firme y más humana para nuestras creencias han dejado a la humanidad tambaleándose por lo que ha perdido: «Dios ha muerto», como dijo Nietzscheantes de enloquecer.
Pero muerto Dios, han aparecido otros dioses: primero el dios-ciencia, un dios poderoso y que funciona: «Sus teorías son demostrables y acumulativas; sus errores son corregibles; sus resultados prácticos. El dios-ciencia envía a las personas a la Luna, vacuna a las personas contra la enfermedad, transporta imágenes a través de amplias distancias para que puedan ser vistas en nuestros salones. Es un dios poderoso y, como los más antiguos, da a la gente control sobre sus vidas. Algunos dicen que el dios-ciencia da más control y más poder que cualquier otro dios anterior» aunque no nos acabe de satisfacer porque no responde a las preguntas fundamentales del origen, el fin y el sentido de la existencia.
Luego el gran dios de la tecnología, hijo del anterior, «un relato maravilloso y enérgico que con mayor claridad que su padre, nos ofrece una visión del paraíso. […] Habla sólo de poder. Refuta la promesa del cristianismo de que el cielo es un premio póstumo. Ofrece comodidad, eficiencia y prosperidad aquí y ahora y promete sus beneficios a todos», no sólo proporcionando confort a los ricos y a los pobres, sino prometiendo que «a través de la devoción y de la entrega a él, los pobres se convertirán en ricos.
Su historial de logros —no puede haber ninguna duda— ha sido formidable, en parte porque es un dios exigente y estrictamente monoteísta. Su primer mandamiento nos es familiar: “No tendrás ningún otro dios delante de mí”. Esto significa que aquellos que siguen su camino deben modelar sus necesidades y aspiraciones a las posibilidades de la tecnología. Los requisitos de cualquier otro dios no deben interferir, ralentizar, frustrar o menos aún oponerse a la soberanía de la tecnología. El porqué de este mandato lo explican con claridad feroz los mandamientos segundo y tercero: “Somos la especie tecnológica y ahí está nuestro genio”, dice el segundo. “Nuestro destino —dice el tercero— es reemplazarnos a nosotros mismos por las máquinas”, desde el momento en que desde su punto de vista ingenio tecnológico progreso humano son una y la misma cosa.»
Su historial de logros —no puede haber ninguna duda— ha sido formidable, en parte porque es un dios exigente y estrictamente monoteísta. Su primer mandamiento nos es familiar: “No tendrás ningún otro dios delante de mí”. Esto significa que aquellos que siguen su camino deben modelar sus necesidades y aspiraciones a las posibilidades de la tecnología. Los requisitos de cualquier otro dios no deben interferir, ralentizar, frustrar o menos aún oponerse a la soberanía de la tecnología. El porqué de este mandato lo explican con claridad feroz los mandamientos segundo y tercero: “Somos la especie tecnológica y ahí está nuestro genio”, dice el segundo. “Nuestro destino —dice el tercero— es reemplazarnos a nosotros mismos por las máquinas”, desde el momento en que desde su punto de vista ingenio tecnológico progreso humano son una y la misma cosa.»
(Publicado en 1997 en la revista First Things: Science and the Story that We Need. Lo he traducido y guardado en la página Pensar los mediosdel Blog con el título La Ciencia y El Relato que Necesitamos para el que lo quiera leer entero)
Se olvida del dios sexo. Es el que mas aparece en todo lo que nos rodea y frente al que menos protegidos estamos. Pero no se puede decir porque no es correcto. Y como es un dios, te excomulgan.
Aquí te excomulgan rápido por cualquier cosa, Amanda.
Digamos que el sexo es un instinto fuerte y que es muy usado para incentivar el consumo e incluso para convertirlo a él en puro consumo.
A mi juicio, esta formulación de Postman es más descriptiva que analítica y, en ese sentido, menos útil que la primera. Se parte (y da por hecha la veracidad) del falso axioma: «Dios ha muerto».
Naturalmente, Dios no ha muerto.
Para refutar la posibilidad de «sustituirnos a nosotros mismos por las máquinas» (más aún de hacer de ello nuestro «destino») puede recurrirse a la consideración de nuestra naturaleza. Primero conviene asentar el hecho de que la «naturaleza» de algo encierra en sí misma «las fuentes de acción para que sea cumplida». Así el hombre obtiene del sentido de su propia naturaleza la orientación necesaria para, mediante sus actos, procurar su cumplimiento. Expresiones como «estar a la naturaleza de las cosas» o el encanto que produce estar frente a «lo que es natural» confirman lo afirmado.
La tecnología, como tal, es decir, su producción, no tiene naturaleza alguna. Siendo así, no le cabe posibilidad alguna de sustituir o reemplazar a la humana. Es natural que ante una renuncia (quizás un abandono) tan evidente y masiva del hombre occidental de su tarea de hacerse a sí mismo según su naturaleza, muchos autores hablen de la posibilidad de esta especie de mutación definitiva del homo-humanus en homo-tecnológicus, y aún la describan como ya consumada, pero no es natural pensar que el hombre pueda deshacerse de su propia naturaleza.
José Luis
Opino lo mismo en cuanto a esa hipótesis apocalíptica. Es imposible.
Sin embargo creo que lo que hace aquí Postman no es dar por hecho que Dios ha muerto, sino que desde que en el medioambiente cultural se ha dictaminado la muerte de Dios, han aparecido inmediatamente otros dioses como la ciencia y su hija directa, la tecnología.