Enrique Dans escribió ayer en su blog «De máquinas y hombres: periodismo y automatización», una entrada en la que nos cuenta que se ha aplicado el desarrollo de un programa informático para redactar ―sólo sesenta segundos después del evento― una crónica deportiva completa de un partido de futbol americano. En su post advierte que el puesto de Matías Prats puede estar en peligro si este mecanismo generaliza su aplicación. Termina con una cita literal del responsable del programa:
 
«En cinco años un programa de ordenador ganará un Premio Pulitzer  ―y que me aspen si no es nuestra tecnología―.» 

Hace años que distintos institutos tecnológicos se esfuerzan en perfeccionar lo que se ha venido a llamar inteligencia informática o inteligencia artificial para conseguir que un ordenador tome decisiones. Acaba de ser premiado, por ejemplo, un investigador español que trabaja intentando conseguir que un ordenador interprete una partitura musical. En todos los casos se trata de proporcionar millones de datos y modelos previos generados por la compleja y poliédrica inteligencia del hombre para que la máquina tome decisiones basadas en la imitación de esos modelos de respuesta. Y no hay nada tan repetitivo como la crónica de un evento deportivo. Tan es así que lo único que les tengo vetado escribir mis alumnos en el blog que mantienen durante el curso son crónicas deportivas porque, precisamente, son tan precisamente calcadas unas de otras que parecieran escritas por una máquina o, lo que viene a ser lo mismo, por un mono muy listo que leyera todos los días el AS y el MARCA, lo que hace una tortura el leerlas y corregirlas y el único ejercicio que llevan a cabo con el español es una pura repetición de modelos o, en el mejor de los casos, una recreación de estos.

 

Hay gente que al leer este tipo de noticias tiende a imaginar con alegría o con temor –depende de la perspectiva- un mundo futuro en el que el hombre habrá perdido su hegemonía siendo sustituido por las máquinas en todos los terrenos. Sin embargo, jamás una máquina podrá ganar el premio Pulitzer, a no ser que creáramos un mundo ―y a veces camino llevamos― en el que no es que hayan mejorado la calidad de las máquinas, sino que lo que habrá empeorado es la calidad del hombre. No tendremos mejores periodistas robots, sino peores ciudadanos receptores de la noticia más interesados en la inmediatez informativa que en la calidad de la información basada en la perspicacia exclusivamente humana del cronista y en su estilo que sabe ver y llevarnos más allá de los datos.

 

No peligra tu puesto, Matías, ni el mío en las aulas aunque se llenen de ordenadores y pizarras digitales: mientras haya profesores vocacionales convencidos del enriquecimiento  insustituible de la comunicación interpersonal y periodistas que traten la información no como el simple resultado de una combinatoria de datos, sino como el compromiso de desentrañar la compleja realidad que esos datos conforman.