En un artículo de elconfidencial.com que me envía Mar desde Barcelona, José Mendiola nos aporta un nuevo registro para el repertorio de filias y fobias generadas en torno al uso de las tecnologías y que me apresuro a recoger para mi colección: los ‘App-aholics’.
La unión Apple y el sufijo relativo a la adicción nos sugiere rápidamente que se trata de aquellos usuarios de dispositivos electrónicos como el iPhone que convierten el uso de estos aparatos en una relación parasitaria en la que el terminal pasa a formar parte del organismo vital del usuario llevándole a una dependencia que comienza al despertarse cada jornada: «Amanece en Phoenix y Bárbara Place se despereza en la cama. Todavía no ha salido el sol y echa mano de su iPhone que ha estado cargando convenientemente toda la noche. Un primer repaso al correo sin salir de la cama, una visita a la aplicación de Twitter, consultar la predicción del tiempo en el programa correspondiente y ver la programación de televisión para la jornada. Bárbara no ha puesto un pie en el suelo y ya ha dado un breve repaso a su entorno geek, móvil en mano.» Bárbara reconoce que no es capaz de resistir el impulso entrar en la tienda on line de las aplicaciones y tocar con un dedo. Ya ni siquiera es ‘click’, solo es una caricia digital. Los usuarios como Bárbara son fáciles de identificar. Son aquellos que en cualquier reunión formal o informal no pasan más de dos minutos sin consultar su terminal.
De nuevo la vieja sentencia del márquetin de que el consumo aumenta proporcionalmente a la accesibilidad del artículo a consumir: es la facilidad digital del mínimo movimiento de un dedo que forma parte esencial del consumo de todas las pantallas, desde el mando a distancia de la tele hasta el cristal del móvil, pasando por el ratón del ordenador. La tecnología se crea para un uso –en el caso del móvil, fundamentalmente hablar- y el usuario acaba enredado en lo que no quiere «El mecanismo está sabiamente maquinado puesto que los precios de las aplicaciones suelen ser de montantes poco relevantes, de forma que el usuario haga ‘clic’ y se descargue el programa aunque sólo sea para probarlo. El usuario entra en una dinámica de la que difícilmente puede salir y cada vez le absorbe más tiempo». Adicción para unos y negocio para otros, dice Mendiola. De nuevo la estrechísma relación de las «nuevas» tecnologías con el consumo. Consumo, sí, porque es de lo que finalmente se trata. Se trata de que Bárbara y cualquier otro app-aholic consuma, gaste. «La gran mayoría de las compras de estas aplicaciones son impulsivas. Apenas un 20% de los usuarios que compran una aplicación, vuelven a utilizarla al día siguiente, porcentaje que disminuye hasta el 5% pasado un mes y prácticamente se desvanece hasta desparecer al cabo de tres meses.[…] Algunas aplicaciones son ridículas, pero se venden muy bien».
¿El secreto de los enormes consumos telefónicos y los enormes beneficios de las compañías? Un gesto sencillo, una sensación de bajo coste, sensación de poder, gratificación inmediata. Una simple caricia digital. Con un sencillo gesto, pasan cosas.
Usen las tecnologías, no las consuman o serán consumidos por ellas.