Hoy con el clásico «Yo sólo veo los telediarios», el telespectador se defiende de la acusación de estar pegado a la pantalla queriendo significar que él no ve televisión, es decir, no consume televisión basura. Los telediarios, piensa, quedan fuera de la categoría del medio: no son televisión, sino información.
Sin embargo, la información televisiva está hoy incluida en el mismo lote que el resto de la programación: es también espectáculo. «Retratamos una época ―afirma Clooney de su película «Buenas Noches y Buena Suerte» ― en la que (…) el público era el dueño de las ondas por lo que las cadenas asumían un compromiso de servicio, un contrato social. (…) Todo se estropeó cuando apareció el dinero de por medio. Las noticias no daban dinero así que decidieron hacerlas más vistosas y entretenidas y las noticias fueron quedándose sin contenido.»Es decir, llenándose de sucesos, deportes, imágenes y publicidad: espectáculo, televisión en estado puro.
¿Información? No nos engañemos. Debemos asumir que a pesar de las apariencias ―o quizá por culpa de ellas― la información no es hoy un asunto sencillo. La sensación de que el ver las cosas que pasan nos hace testigos de la realidad y de que no necesitamos intermediarios que nos la expliquen es tremendamente engañosa, no sólo porque nos impide acceder de verdad a la auténtica información, sino porque nos deja peligrosamente satisfechos. «¿Es esto periodismo o voyeurismo?» dice Víctor de la Serna en su columna del Mundo citando a Mark Lawson de The Guardian. «La clave del periodismo no es sólo mostrar, sino contar, explicar lo que sucede». La información es, precisamente y sobre todo, una explicación de la realidad y no una imagen de ella. El hijo de Ed Murrow cuenta que su padre «no quería en un principio pasar de “Hear it Now” a “See it Now”. Él era un hombre de palabra: creía que la palabra lo era todo. Que con la palabra se producía un procesamiento mental de la información diferente al que se podía producir en medio del atractivo, la belleza, la seducción del color y de la imagen. Tenía la sensación de que la cámara era tan invasiva que cambiaba la historia, mientras que eso no le ocurría en la radio».
Hace cincuenta años que Murrow tenía ese presentimiento. Hace cincuenta años que cerraba sus programas radiofónicos y televisivos con el saludo que da título a la película y que durante años significó para sus telespectadores un auténtico sello de calidad periodística y confianza personal. Hace cincuenta años que dicen que dijo: «Estamos junto a payasos y monstruos: la televisión es un circo». ¿Qué pensaría ahora al ver al candidato presidencial español utilizar su despedida para cerrar su videoclip electoral?
Es imprescindible, por encima de la tecnología y del espejismo de las imágenes, la intervención de profesionales que actúen con rigor, valentía y responsabilidad, que como Murrow, «intenten buscar la verdad con diligencia e informar de ella». Pero la cosa no es fácil, no seamos ingenuos: «Este medio está ganando demasiado dinero haciéndolo mal –afirma Clooney-. Nadie que gane tanto haciéndolo mal, intentará hacerlo bien. Debemos ser mejores que eso»
Efectivamente: debemos ser mejores que eso. Todos: los que la hacen y los que la vemos. No hay, pues, recetas. La única solución antes y ahora es la mediación ética de los buenos profesionales y la respuesta ética de los telespectadores.
Mientras tanto, recuerde, lector: vea televisión, no la consuma o será consumido por ella. Y si quiere informarse, apague el telediario.
Yo hace años que no veo ninguno.
Te contaré una historia: mi tío Emilio, cuando yo era pequeño, me ponía inyecciones; debo confesar que le tenía una mezcla de miedo y horror, quizá no a él, sino a su imponente figura parapetada tras aquella jeringuilla que me parecía enorme. Tras el miedo, seguía el dolor, y a continuación, el tacto del algodón refrescante y calmante, junto con sus palabras cariñosas y su franca sonrisa.
De los informativos, lo que más detesto es el adormecimiento que producen ante el dolor humano. No quisiera caer en la demagogia pero la catarata de noticias, trufadas de historias de sufrimiento humano, nos endurece el alma, y por lo tanto ni nos mueve ni nos conmueve.
Y para que podamos deglutir sin inmutarnos las muertes, asesinatos y accidentes varios, editan los informativos como mi tío Emilio hacía conmigo; un pinchazo doloroso y temido, y después el algodón vivificante y la sonrisa, que en los telediarios es el deporte y esa curiosa costumbre de sacar pasarelas de moda.
Olvídense de lo que han visto (mejor, mirado), y disfruten del Pan y del circo y del postre agradecido.
Nos convierten en seres indiferentes al dolor, insensibles al mal ajeno, y, por lo tanto, nos desmovilizan; es más fácil manipular a una sociedad que no se enfade que a una que se muestre capaz de responder;
Insensibles y pegados a nuestro sillón sociológico, mirones de la miseria, de la pobreza, de la hambruna que ni siquiera nos parece real porque la pantalla, al contrario de lo que pueda parecer, transforma en ficción lo que por ella sale. La información ni es circo, ni es espectáculo y debería contribuir a formar ciudadanos críticos.
Pedro.