Circula por la red una carta atribuida a una profesora anónima. En ella manifiesta cómo, ante el sempiterno requerimiento de sus alumnos de Secundaria para justificar el porqué de la necesidad de estudiar Historia o Geografía o arte, para ellos perfectamente inútiles en su estrecho horizonte vital, es difícil darles una explicación convincente. Unos la entienden, otros no y hasta ahí en su carta no hay más que la expresión de una cierta melancolía generacional perfectamente normal.
Sin embargo, la cosa cambia cuando la indolencia adolescente se transforma en una manifestación de jactancia en la que no sólo hay el desinterés propio de la edad, sino un desprecio de cualquier posibilidad de enmienda: una especie de chulería de la barbarie. «Esa actitud de orgullo con el que exhiben su ignorancia y su cortedad de miras. Esa actitud de «no sirve para nada, no me interesa. Eso que cuentas y a lo que dedicas tu vida es una mierda. Yo quiero jugar a la Play/ irme de compras al Centro Comercial y nada más«».
Pero lo más jugoso de su carta es cuando pone en relación esa actitud con una referencia directamente mediática de última moda: «Tenemos una perfecta encarnación en la dichosa Belén Esteban, que no sabe nada, no quiere saber nada y se jacta de ello. La mala educación, la zafiedad y la ignorancia puestas en un pedestal día tras día en la pantalla. Todo el mundo la aplaude porque ella es «auténtica» (signifique lo que signifique eso)».
Entre la variada audiencia que ha contribuido a crear ese monstruo mediático confiesa la profesora que hay dos tipos de personas no entender Conozco a mucha gente y de todas clases a la que le gusta que le llenan especialmente de tristeza: «la gente que tiene (o cree que tiene) más educación que ella y la ve como un divertimento, incluso algunos como un consuelo (yo soy mejor que ella); y los que son como ella, que han visto como la ignorancia y la mala educación también te pueden hacer triunfar en la vida y que hay que sentirse orgulloso de ello» Especialmente estos últimos la llenan de melancolía e incluso de miedo «de que se extienda y que sirva de ejemplo a más bobos, que opinen que el no saber nada es estupendo. Que el presumir de ser zafio e inculto se convierta en políticamente correcto y sea bien visto».
Para ilustrar su testimonio nos aporta un breve vídeo de la barbarie.
«Eh, que yo no quiero ayuda de nadie, que no necesito ayuda, leche» dice “la Esteban” en un momento de estos cuatro minutos de despropósitos. «Como yo no he pillado esa revolución -la industrial- tres narices me importa»- un argumento que podría haber empleado cualquiera de sus peores alumnos.
Y termina diciendo mi colega: «Entendedme: yo no critico a la gente que no sabe. ¡Yo no sé mucho de tantísimas cosas…! Tampoco creo que tenga que ser motivo de vergüenza el no haber estudiado, el no hablar correctamente o el tener lagunas de conocimiento. Lo que me revienta es la actitud contraria: el orgullo de exhibir la ignorancia.»
Sin comentarios. Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.
Y sin embargo, no hay ser humano, de cualquier edad, al que no le produzca un intenso placer la experiencia de aprender algo que antes no sabía.
Que no lo olviden nunca los maestros; que no se rindan ante la escoria mediática; que jamás concedan cuartel a la prepotencia (y potencia) de las Belenes Estébanes; que los padres les han confiado a sus hijos para que hagan de ellos futuros ciudadanos bien formados; que sean conscientes siempre de la trascendencia de su labor y refuercen, día tras día, el orgullo de su trabajo y la serenidad del deber cumplido.
Por cierto: aprender Historia o Arte, no les dará, probablemente, un puesto de trabajo a los alumnos que estudien estas materias, pero les dará algo mucho más importante: reforzará sus propias raíces humanas (sin raíces, a uno se lo lleva el viento de la modernidad) y les permitirá recoger con gratitud el pasado al valorar los esfuerzos de todos los que, antes que ellos, han buscado con denuedo el bien de la humanidad. Y en cierto grado, han logrado.
Nunca la falta de sentido (la in-sensatez) del esperpento mediático, colmará satisfactoriamente las necesidades reales o verdaderas de las personas. Y los niños-alumnos son personas que empiezan la andadura de construir su personalización. ¡Que nadie los abandone en un campo de mierda, por favor!
José Luis Rodríguez Rigual