Es su carácter poliédrico, misceláneo, continuo, lo que verdaderamente constituye la televisión. El problema educativo de la televisión no es tanto los contravalores que puede fomentar y transmitir un determinado producto audiovisual, sino el relativismo indiferenciado y absoluto que provoca esa mezcla de publicidad, guerra, ficción, reality show, frivolidad, hambre, publicidad otra vez, que constituye lo que llamamos «televisión». Todo eso que es su programación global y la costumbre social generalizada del zapping en el que hemos convertido su uso. En palabras de Federico Fellini, la televisión “es como tener en casa una boca abierta que lo vomita todo de forma matemática y estúpida. Es como si la guerra, la religión, todo, Dios incluido, pasara por una batidora que lo hiciera todo puré: todo se desintegra en partículas mínimas, destruido para siempre”.
La televisión —y el uso que hacemos de ella— se han convertido en un magma ideológico, un río de lava electrónica que todo lo engulle y produce en nosotros la sensación indiferenciada de que todo es lo mismo. Ya no es todo solamente relativo, sino que todo es trivial, insignificante, en el estricto sentido del término: nada es importante porque todo tiene el mismo significado, es decir, no significa nada.
El problema no son los contravalores, sino que al valer todo lo mismo, nada vale nada.
…. y Fellini tenía razón. Como era él un genio (en mi opinión porque siempre alimentó al niño que fue y siguió siendo toda su vida) concibió su «boca abierta» con mucha anticipación histórica. Hoy «su boca abierta» se nos ha ido, más aún que en su época, de las manos. Parece difícilmente controlable ya. La televisión actual se parece más a un volcán que a una boca. ¿Qué de importante puede vomitarnos si, cual mitológica deidad, la televisión está condenada a un vómito permanente, ininterrumpido, incesante de «lo que sea»?
Un apunte a la certera reflexión de Pepe: «El problema no son los contravalores, sino que al valer todo lo mismo, nada vale nada». Las cosas requieren su «tiempo» para revelarse importantes. No es tanto, pues, que de todo lo que vemos en la televisión y sus valores asociados, todo valga lo mismo y, en consecuencia, nada valga nada, cuánto que las cosas que valen, las valiosas, no pueden manifestarse (ser diferenciadas) como tales porque no les procuramos el aislamiento preciso (el tiempo, el silencio) para poderlas experimentar como lo que son.
Y es que «matando» el tiempo viendo televisión……. matamos también el valor de las cosas que vemos en ella y el de la vida misma.
José Luis.