Puede que mirar sea gratis, pero nuestra mirada vale mucho dinero. Podíamos decir que es una gratuidad muy cara o al menos es una gratuidad muy rentable. Y es que la televisión no vende programas, vende tiempo —nuestro tiempo— a los anunciantes que son los que de verdad mandan en TV. Por eso lo importante es que siempre haya gente —cuanta más gente mejor— trabajando, mirando, entregando su tiempo.


¿Gratis? Nada de eso: cuando vemos TV estamos  trabajando. Somos consumidores de TV, pero el producto que consumimos no son programas sino los anuncios que los acompañan. Los programas son lo que nos hace pararnos a mirar, son sólo el envoltorio del verdadero producto de consumo: los anuncios.


Trabajamos consumiendo anuncios: interiorizando marcas, nombres, logotipos, aderezados con valores y almacenándolos en nuestro cerebro. Somos consumidores de TV, consumidores de publicidad: somos consumidores consumidos.