Puede que mirar sea gratis, pero nuestra mirada vale mucho dinero. Podíamos decir que es una gratuidad muy cara o al menos es una gratuidad muy rentable. Y es que la televisión no vende programas, vende tiempo —nuestro tiempo— a los anunciantes que son los que de verdad mandan en TV. Por eso lo importante es que siempre haya gente —cuanta más gente mejor— trabajando, mirando, entregando su tiempo.
¿Gratis? Nada de eso: cuando vemos TV estamos trabajando. Somos consumidores de TV, pero el producto que consumimos no son programas sino los anuncios que los acompañan. Los programas son lo que nos hace pararnos a mirar, son sólo el envoltorio del verdadero producto de consumo: los anuncios.
Trabajamos consumiendo anuncios: interiorizando marcas, nombres, logotipos, aderezados con valores y almacenándolos en nuestro cerebro. Somos consumidores de TV, consumidores de publicidad: somos consumidores consumidos.
Esta verdad es una de las más inadvertidas por los espectadores de televisión y, sin embargo, una de las que más nos afecta. Nos afecta porque la publicidad considerada como lo que es: necesidad de vender lo que se produce y, por tanto, de sostener el nivel de actividad económica en las sociedades capitalistas o de libre mercado, nos va instalando en el pensamiento, en la «convicción» de que vivir es adquirir o, dicho al revés, de que si no puedes adquirir tampoco puedes vivir. Obviamente, en un plano orgánico no es así, pero en un plano social sí que lo es. Y ahí es donde nos aprieta las tuercas el sistema del que la publicidad es mero órgano derivado : vivir es vivir «como los demás», y eso sólo lo puedes lograr cumpliendo unos mínimos estándares (cada vez más numerosos, costosos e innecesarios) de posesión de bienes materiales que yo (la publicidad) te incito permanentemente a adquirir. Este es un primer grado de alienación.
Pero es que la televisón, la publicidad, no sólo vende objetos, vende también criterios, pensamientos, prejuicios, normas morales y/o amorales e inmorales, opiniones-consigna, destrucción de valores, construcción de valores, …… En definitiva, gracias al valor de nuestra mirada, nos vende también IDEOLOGÍA. En este interés de control y tutela, son las instituciones públicas las «anunciantes» y se anuncian no sólo en formato spot, sino en todos y cada uno de los formatos televisivos: debates, series, ciclos de cine, opinión, campañas, espectáculos, …….. Ello supone un nuevo y más dañino grado de alienación ciudadana del telespestador.
Somos pues, consumidores consumidos, alienados, degradados y sometidos. Pero ¡oh maravilla! de todo esto podemos librarnos si entendemos lo que nos dice el post y nos hacemos conscientes de ello. E imponemos nuestro criterio, claro.
José Luis