Si Diego Blanco nos ayudaba a comprender mejor la diferencia entre las relaciones virtuales y presenciales mediante la oposición Red vs Comunidad, María Zabala, mucho más optimista (¿o quizá realista?) ante la inevitabilidad de la red en la vida de hijos y alumnos, nos confronta con nosotros mismos y nuestras actitudes educativas ante la RED con cinco ideas básicas: 

ENTENDER: lo contrario de desentenderse. Formar parte de la experiencia que viven los jóvenes. Tomar decisiones informadas.

ACTUAR: no quedarse al margen. Evitar la paralización. Intervenir. No es lo mismo dar mal ejemplo que dar buen ejemplo: hacer un buen uso de la tecnología no solo en cuanto al tiempo dedicado, sino en cuanto a los contenidos.

APRENDER: formación personal respecto de los dispositivos y los contenidos. Hacer del primer móvil una decisión educativa, formar parte del acceso gradual a la tecnología según la edad. Conocer dónde están.

ESCUCHAR: no solo sermones, normas y prohibiciones, sino reflexionar con ellos sobre la tecnología.

ACOMPAÑAR:  conversar,  hablar de la red, del ciberacoso y de la empatía, de la pornografía y del amor…

En definitiva y resumiendo: empatizar con ellos, asumir nuestro papel educativo, adquirir cultura digital, hablar más y mejor sobre sus vidas digitales, normalizar sin escandalizarse: ni barra libre, ni prohibicionismo.

Lo mejor de esta propuesta su apelación a tomar el toro por los cuernos y hacernos ver que se trata de un asunto educativo en el que no podemos quedarnos al margen. Lo peor: el querer situarse en un punto medio de muy difícil equilibrio, ya que se trata de lidiar con elementos tóxicos y adictivos que en ocasiones están muy lejos de poder afrontarse solo con nuestra voluntad y nuestro acompañamiento. Es como educar en el consumo del alcohol y del tabaco: ambas son sustancias de consumo cultural que están ahí, pero tras ellas hay una industria que hoy está ampliamente controlada por la concienciación social y las leyes. La diferencia con la industria tecnológica es que, hoy por hoy, no existe esa conciencia de riesgo y tampoco hay control alguno por parte de las administraciones y los Estados. Y el riesgo es absolutamente real y sobrecogedor.

Referencias

iWomanish, web de María Zabala