Una de las ideas recurrentes que Asume viene repitiendo desde hace años es la de que uno de los efectos más directos de las pantallas, especialmente de la televisiva, es su carácter cronófago. El tiempo que les dedicamos es biotiempo ―hemos dicho muchas veces―, es vida. Dejamos de vivir nuestro tiempo entregándolo a la cadena a cambio la mayoría de las veces, de un pasatiempo o un matarratos. Dejamos de vivir para ver, por el ojo de una cerradura, cómo viven los demás.
Descubro en la red un artículo de Verdú en el País, escrito en el 2002, que con el estilo literario agudo, metafórico, hiperbólico y ácido que le caracteriza expresa esta misma idea: los medios no se limitan a mediar, sino que acaban suplantándonos.

«Taylor Nelson Sofres, una firma de investigación de mercados británica, ha extraído la conclusión de que según crece el tiempo que la televisión dedica a enseñar recetas de cocina, disminuyen los minutos que la gente emplea en cocinar. En primer lugar, como es presumible, mientras están siguiendo el programa no disponen de la suficiente agilidad para dedicarse a preparar los macarrones con setas como es debido; pero, en segundo lugar, se registra el extraño efecto de que parecen darse por bien comidos.

Ocurre lo mismo, de acuerdo a otros estudios similares, con la pornografía. Cuanto más se incrementan los espacios pornográficos en la pantalla menos sexo se practica. Pero sobreviene también con la salud: cuantos más consejos se ofrecen en los suplementos para llegar a sentirse bien, peor se encuentra la gente. La televisión, la radio, los periódicos, podría decirse, actúan como un segundo yo. No se trata sólo, como fue bien sabido hace años, de que los medios de comunicación mediaticen nuestras vidas o que, cuando son malos, nos la echen a perder, sino que generan una consecuencia incomparablemente mayor y acaso transhumana: logran sorbernos parcelas de vida como si fueran parásitos que se alimentan de nuestra personalidad y de nuestros cuerpos. De esa manera, mientras la televisión incrementa su presencia nos va desposeyendo, y cuando la contemplación de la televisión gana minutos nuestra entidad se va allanando. Comemos, amamos, enfermamos, en relación a la televisión y siempre con un saldo que nos simplifica. Podría así alcanzarse un extremo en que la gastronomía, la sexualidad, la salud, la religión, la diversión o el pensamiento pasaran de nosotros a la televisión y, francamente, no se hallara razón para que continuáramos viviendo.

Hasta hace poco el poder de los medios se concretaba en su influencia sobre nuestra percepción del mundo y sus problemas. Ahora, sin embargo, el asunto significa el robo de visión. Antes veíamos a través de los medios, pero ahora los medios ven por nosotros. Antes necesitábamos de los medios para saber algo más, pero ahora, en el colmo, los medios pueden llegar, sencillamente, a no necesitarnos para nada…»

Debajo de la hipérbole, la metáfora y el humor, hay un rastro de la verdad.

Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.