José me envía un curioso post de Carlos Rosado Cobian en El Correo Web. Cuenta en él el fallecimiento de un amigo que ha dejado abierta su cuenta de Facebook. Nadie la ha cerrado «Y todos los que éramos sus amigos seguimos teniendo acceso a su cuenta. Y de hecho alguno se ha despedido de él cuando ya no estaba entre nosotros». Poder leerle «todavía hoy en un medio tan vivo como Facebook me causa una gran impresión. Y ahí sigue […] su perfil en las redes sociales es una especie de prolongación de su vida, de sus opiniones, de sus amigos. Me ha hecho pensar en esas cosas que se resisten a desaparecer contigo. […]».
Ignoro si Facebook tiene previsto qué hacer con sus muertos. Seguro que entre sus ya 800 millones de usuarios, los fallecimientos serán desde hace algún tiempo relativamente frecuentes. ¿Enterramos con ellos sus cuentas? ¿Las convertimos en mausoleos de recordatorio? ¿Quién lo puede hacer si no es el titular de la cuenta y este no ha dejado al descubierto su contraseña? Como dice Carlos Rosado, habrá que empezar a tener esto previsto en los testamentos: «Dejo tal y tal a Fulanito y las contraseñas de Facebook, Twitter, Linkedin y Google+ son tal y tal. Ruego se supriman mis perfiles cuando hayan transcurrido 30 días desde mi fallecimiento».
Supongo que habrá de todo y que a muchos les puede agradar mantener la cuenta abierta, como un libro de firmas en el que depositar las primeras despedidas de los amigos. Algunos dejarán establecido que la cuenta se mantenga abierta y alimentada con recuerdos, fotos y frases elegidas del difunto, como uno de esos nichos barrocos con los que el pueblo gitano tiene la costumbre de honrar a sus muertos . Otros tendrán la última voluntad de seguir flotando virtualmente vivos en la red como una revancha contra la carne mortal. Y otros tendrán el deseo de que con ellos, desaparezcan también sus otros yos virtuales para dejar sitio a los vivos.
En cualquier caso, al problema del Derecho al olvido, es decir, el derecho a suprimir nuestra biografía para que no flote eternamente en la Nube a disposición de cualquiera, se une ahora el del Derecho a una Muerte Virtual Digna, es decir el de meter en el ataúd no sólo nuestro cuerpo físico, sino también nuestro perfil virtual de la Red.
Y es que ahora tenemos muchas vidas y todas -por lo visto- no terminan con nuestra muerte.
Un poco tenebroso el post. Pero pone el dedo en la llaga de lo novísimo de estas tecnologías que no son por definición incontrolables, sino que van mucho más deprisa de lo que va la ley y las regulaciones.
Aunque haya una rebelión de los internautas, yo soy de los que creen que, como todo lo demás en un sistema social realmente sano, internet también debe estar regulado. La regulación no es represión es civilización. Y hoy por hoy la Red está sin civilizar.
Muy razonable y políticamente incorrecta tu observación. Pero por ahí van los tiros. ¿Por qué se obstinan todos en afirmar que Internet es distinto a todo lo demás y que hacerlo igual a lo demás sería tanto como acabar con Internet?