La noción de verdad es fundamental. Sin una verdad no hay posibilidad de comunicarse.

Si el fundamento de la democracia, lo que la hace posible como el menos malo de los sistemas de regulación de la convivencia, es la participación a través de un mecanismo de vencer convenciendo, argumentando, admitiendo, pactando… es esencial que exista un pueblo capaz de argumentar, convencer o ser convencido, de expresarse con veracidad o de detectar la mentira. No todas las opiniones son igual de respetables, lo respetable son las personas, las opiniones están para ser discutidas, en el sentido etimológico del término, es decir, ir más allá de la superficie, verificar las raíces de las opiniones, buscar en lo profundo más allá de lo evidente. (Discutere es “tirar del árbol para ver sus raíces”)

Sin embargo, vivimos tiempos de mentiras. El relativismo posmoderno es un caldo de cultivo no para la libertad, sino para la confusión.

En el Medioambiente simbólico, la mentira afecta a la información que tenemos sobre el mundo, obstaculiza el conocimiento que la información proporciona, daña la confianza, pervierte el uso del lenguaje, aumenta la incomunicación, contribuye a la desorientación, nos hace insensibles a la contradicción, impermeables a la duda, incapaces para la crítica. Alienta la escuela de la sospecha. Ya no pensamos en si lo que alguien dice es verdad o no, sino en cuáles son las intenciones de quien lo dice.

El hecho de que la verdad, por mucho que la neguemos, volverá siempre a aparecer a nuestras espaldas y el que la libertad sea esencial para que la verdad se desarrolle, lleva a muchos a creer que si cuidamos la libertad, la verdad ya se cuidará por sí misma. Sin embargo, en una democracia la mentira y el error deben poder identificarse y distinguirse, de modo que el mentiroso sea desplazado de la esfera pública. Si se identifica al que miente y eso no tiene consecuencias, es el sistema el que se ha convertido en mentiroso.

El periodismo era el filtro que se iba a encargar de que estas condiciones se cumplieran. El cuarto poder. El que debía dar datos para que el ciudadano se formara un criterio. Pero hoy en vez de representar el interés público, las empresas de información luchan por captar el interés del público. Son empresas con el beneficio, las audiencias y el impacto publicitario como último criterio. En vez de fiscalizar el poder siguen el rastro del poder: gabinetes, ruedas de prensa, fuentes oficiales… La moqueta de la que hemos hablado en otras ocasiones.

El periodismo conducido por el mercado, no sólo capta audiencias sino que capta a aquellos que tienen mayor capacidad de consumo. Así los medios ya no son medios, son fines en sí mismos.

Si queremos un medioambiente simbólico más limpio, hay que creer firmemente en la existencia de la mentira para poder recuperar la noción esencial de la verdad.


Usen las pantallas, no las consuman o serán consumidos por ellas.