Parece ser que en 1969, en la Universidad de Stanford (EEUU), el Prof. Phillip Zimbardo realizó uno de esos experimentos de psicología social que encantan a los norteamericanos. Dejó 2 coches idénticos abandonados en la calle. Uno lo dejó en el Bronx pobre y conflictivo de Nueva York y el otro en el Palo Alto rico y tranquilo de California.
Como era previsible, el abandonado en el Bronx comenzó a ser “canibalizado” por la urgencia del aprovechamiento de la pobreza y el vandalismo de la barbarie. En cambio el abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto.
Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí. Cuando el coche abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto ya llevaba una semana impecable, los investigadores rompieron un cristal del automóvil de Palo Alto. Y ese cristal roto desencadenó un proceso de deterioro vandálico muy parecido al desarrollado en el coche del Bronx.
A partir de este experimento y otros posteriores, se desarrolló la “Teoría de las Ventanas Rotas” que podría enunciarse así: el deterioro leve no reparado, genera un deterioro más grave. Si se rompe el cristal de una ventana en un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás cristales del edificio.
Es interesante aplicar esta teoría a la historia de la TV española: si una audiencia y una sociedad admiten pequeñas transgresiones de carácter ético y estético en el desarrollo de las programaciones de las cadenas televisivas, la escalada de deterioro de la ética del programador es exponencial y acaba por no tener límites.
¿Cuáles fueron los primeros cristales que se rompieron y quedaron impunes y sin reparación en las televisiones españolas, para dar lugar años después a esta orgía de cristales rotos?
La ventana abierta al mundo del cristal de nuestras televisiones, hace tiempo que recibió la primera pedrada impune sin que ningún referente social ―crítica, administración, intelectuales…― elevara la más mínima protesta ni exigiera la más mínima reparación. El sacrosanto derecho a la libertad de expresión y el complejo antifranquista de la transición impidieron que se juzgaran correctamente y se sancionaran socialmente aquellas primeras pedradas a las ventanas de nuestros televisores. Las dóciles audiencias se limitaron a terminar de destruir el edificio. Sólo que aquí el cristal roto de la televisión, ha terminado canibalizando a los espectadores, rompiendo uno a uno todos los cristales de sus esquemas.
Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.
Muy interesante la teoría expuesta.
Yo tampoco conocía la citada teoría ni el experimento; pero sí tengo observado que en un sitio limpio, nadie tira nada, mientras que uno lleno de papeles y colillas, todos dejamos caer la porquería al suelo sin el menor escrúpulo.
Si la ventana está rota, y los cristales no han sido recogidos, necesitamos médicos que nos curen nuestras heridas. Te apuntas?
Y cristaleros que los repongan