Colecciono nombres de televisión. Es una interesante colección. Los teóricos que la estudian, la gente que la vemos, nos acercamos a ella y con esa tendencia irrefrenable y exclusivamente humana la nombramos intentando definirla. Cada nombre ilumina una cara de ese poliedro complejo. No sale bien parada. La colección de nombres es dura y negativa. Coleccionar sus nombres es como hacer un álbum de entomólogo pinchando diversos ejemplares de esa televisión pocas veces mariposa, casi siempre mosca y muchas más veces escarabajo pelotero que va haciendo una bola con lo peor de nosotros mismos.
En cualquier caso, en cada nombre hay un esfuerzo que señala, delimita, encierra a la televisión y nos revela un aspecto de su variada personalidad en su relación con la nuestra. El lenguaje es pensamiento y nombrar la tele es una manera de pensarla.
En nombres, lo primero es aclarar que no es lo mismo televisor que televisión: el primero se refiere al nombre del aparato receptor cada vez más grande, más plano, más numeroso que va extendiendo sus dominios por toda la casa, mientras que el segundo —televisión— alude a ese magma indiferenciado y sobreabundante que vemos en la pantalla, de tal modo que miramos el uno mientras vemos lo otro.
Al televisor lo miramos sin verlo, sin ser conscientes de que está, sin ser conscientes de cuánto lo necesitamos. A la televisión la vemos sin mirarla porque hay muy poca libertad, muy poca decisión en esa mirada que se zambulle en el «a ver qué echan» surfeando en el zapping.
Roberto Enríquez, en su blog, hace una interesante reflexión sobre la evolución de estos dos conceptos. El uno, el televisor, empezó a verse primero en comunidad (teleclubs, bares…) luego en familia y ahora, tras el fin del monopolio del salón, su aparición en las cocinas y más tarde en todas las estancias de la casa, se ha convertido en una ubicuidad individualista. Y en cuanto al contenido, hemos pasado de la comunión de las audiencias a una progresiva atomización. En las dos direcciones se pasa de la socialización al aislamiento.
Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.
Cuando era colegial, estuve numerosas veces en casa de un compañero de clase que era venezolano (y bajista del grupo musical que monté en el cole). Sus padres eran de una afabilidad y modernidad incomparablemente mayor que la que disfrutaba en mi casa, razón por la cual pasaba largas tardes en la suya en vez de en la mía. El caso es que ahí toda la familia le llamaba «la televisora» al televisor. Me parece mejor el femenino por varias razones. De entrada concuerda en género con la pantalla y con lo que en ella se muestran: las imágenes, es decir, la transmisión de imagen y sonido desde la distancia, que éso es la televisión. También lo hace con la función propia del dispositivo, que no es otra que la la de que la población disfrute la visión de la programación, la publicidad, la retórica política, la propaganda institucional, la actualidad informativa, la ….. Además, al contrario que el televisor que solía estropearse con facilidad, la televisora de idea de fortaleza, de que funciona mejor, más tiempo y continuamente, como un electrodoméstico femenino más: la lavadora, la plancha, la cocina, la batidora, la afeitadora, la radio, la aspiradora, la picadora, la heladera, ……….
Lo cierto, es que hace ya varios años que no se usa el nombre «televisor», a favor del de la «televisión» para designar al aparato. Véanse si no la publicidad y los escaparates. Parece que los fabricantes y los comercios han comprendido que es más eficaz a su propósito, vender la ilusión de comprar el placer de ver la imagen televisiva que detenerse en las características técnicas del aparato para gozar del espectáculo. Si cada dos meses, salen al mercado nuevos modelos que superan a los anteriores ¿qué importa qué modelo sea? Sirve cualquier televisor porque lo que se compra es la televisión.