327 medios se acreditaron en Santiago de Compostela y Barcelona para cubrir el segundo viaje a España del Papa Benedicto XVI. Una visita con un impacto mediático medido en los 6.020 inputs informativos que ha generado antes, durante y después en prensa, radio y televisión; en los 66,5 millones de euros de beneficios publicitarios para los lugares visitados; y en un retorno de la inversión de 37,8 millones de euros en la televisión, 17,2 millones en los diarios y, por último, 11,5 en las emisoras radiofónicas . 58 horas de televisión a lo largo de 31 programas especiales para que un 34’8% de los españoles lo viera en algún momento de su visita. Más impacto que Michelle Obama en su viaje a Granada este verano. El «fenómeno Ratzinger»…
Pero no se preocupen: no hay peligro de que suba a la cresta de la ola. Es más lo que su figura da a la pantalla que lo que esta le presta. En este caso, el medio deja de ser mensaje y se convierte sólo en puro intermediario. El impacto del viaje papal no se medirá nunca en cifras millonarias que le son ajenas y de las que no obtiene réditos, sino en algunos misterios escondidos en forma de riqueza espiritual. La fe nunca será un fenómeno mediático, de masas, sino un milagro profundamente personal.
Durante unas cuantas horas, el tiempo apresurado de la tele se ha cargado de eternidad, de gestos y silencios: Benedicto XVI ha estado por aquí y las pantallas se han llenado de vejez, de Dios y de palabras sabias. La vejez milenaria de la Iglesia, la ancianidad bondadosa e inteligente del Papa Ratzinger, la eternidad de Dios. Desde el interior de la Catedral de Santiago y entre las cúpulas de la Sagrada Familia, la tele se ha hecho templo durante un par de de días en nuestro cuarto de estar y en nuestro medioambiente simbólico.
Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.
(Daatos extraídos del Estudio de Kantar Media)
El tiempo escapa, la eternidad espera!
Hermosa entrada.
Una vejez que prevalecerá hasta el fin de los tiempos, se experimenta, más bien, con una eterna juventud. Ese fue el chiribiri mediático que caló mis huesos. ¡Qué vivo, qué actual, qué joven, qué eterno todo lo que «se vio» por la pantalla.