
Ha salido en los medios estos días una noticia que me parece relevante para conocer mejor nuestro medioambiente simbólico: la asociación de consumidores Facua, Consumidores en Acción, ha denunciado como fraude ante las autoridades sanitarias la venta de las pulseras milagro.
Es relevante por las cifras: una de las empresas fabricantes presumía en abril de haber vendido unas 300.000 unidades (en euros, unos ingresos de 10 millones). Y es sólo una de las nueve que trabajan este «género» en España. No es ninguna broma.
Es relevante por la credulidad y el número de consumidores que han decidido asumir las propiedades milagrosas que la publicidad de estos artilugios que «Con un lenguaje que utiliza la charlatanería seudocientífica, […] prometen todo tipo de beneficios para la salud, desde mejorar el equilibrio hasta, según las marcas, aumentar la fuerza, el rendimiento sexual y mantener la juventud, pasando por combatir dolores, lesiones, ansiedad, insomnio y depresiones e incluso combatir enfermedades como artritis, artrosis, fibromialgia, osteoporosis y hasta el cáncer». Va a ser verdad lo que decía Chesterton de que en una sociedad sin Dios, los nuevos Dioses son la superstición y la superchería.
Es relevante por la indefensión del consumidor ante la inoperancia de las autoridades españolas que se pasan una a otra la pelota de la responsabilidad: del Ministerio de Sanidad a la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios; de esta al Instituto Nacional de Consumo…
Es relevante ―y significativamente chusco― que, tal y como mostró ayer Antena3 Noticias, la primera autoridad sanitaria del país, Leire Pajín, sea una de las usuarias de este artilugio.(También es relevante que en el Telediario de TVE1 ni nombraran este pequeño detalle).
Y es, sobre todo, relevante porque Facua pide que se actúe de forma contundente no sólo contra los fabricantes, sino contra los personajes famosos que, pagados por ellas, han sido la clave del éxito de este negocio al aparecer con ellas en anuncios, eventos y programas de televisión. Se abre así un interesante melón: ¿Son responsables los famosos de los productos que publicitan? Hasta ahora no.
Veremos en qué acaba.
Otros enlaces de Facua:
Facua analiza las tarifas de internet y alerta sobre las que suben en función del consumo
Facua pide a protección de datos que investigue también a myspace
Observen la publicidad, no la consuman o serán consumidos por ella.
¿Lo de las pulseras?:
«Incluso el observador científico puede ver sesgada la realidad de la observación por la influencia de su deseo». «Cuando se desea creer una cosa es fácil y grato creerla».
¿Creer?:
«En algo hay que creer» nos dice el axioma popular; «porque efectivamente «creer» no es una opción, es una verdadera necesidad de la naturaleza humana; la religión, la ciencia, la superstición, llenan, más o menos, esa natural exigencia».
¿La publicidad de objetos milagrosos en los medios usando famosos?:
Los publicistas conocen bien la naturaleza humana.
Por supuesto que son responsables. Les prestan al producto su fama.
El único responsable es quien termine comprándose «lo mismo» que el famoso muestra, porque lo muestra un famoso. ¿No sería esto haber renunciado a pensar por sí mismo?
De la propia credubilidad debe ocuparse cada uno.
De otro modo, los famosos debieran aparecer en las pantallas ridículamente uniformados.
«De la propia credulidad … «