«Una niña de trece años hace un striptease en su habitación. Lo graba con su móvil y se lo envía a su novio. No piensa que está entregando parte de su intimidad a la persona que le ha robado el corazón, ni mucho menos que la puede estar haciendo pública, sino que simplemente lo ve como un juego, como una forma divertida de comunicarse.»
Es el sexting: el envío por el móvil o el ordenador de fotos en actitudes íntimas o contenidos de tipo sexual producidos por el propio remitente.
La única protección es el frágil “quedará entre nosotros”. Pero, como todo lo que pasa en la Red, la conciencia es la de que todo es un juego privado realizado desde la privacidad de mi mundo personal (mi móvil, mi cuarto, mi novio, mis amigos…) y lo que era entre nosotros pasa a ser algo “entre amigos” haciéndose finalmente completamente público para convertirse en la pérdida completa del control sobre la propia intimidad y, lo que es peor, en la pérdida de la conciencia de lo íntimo.
“Eso a mis hijos ni se les ocurriría”, pensamos. Pero «La combinación de la tecnología, una sociedad hiperpermisiva y la eclosión de las hormonas» no dejan títere con cabeza. «En un mundo digital en el que la realidad queda oculta tras las pantallas» por un lado, lo que no queda grabado no es real y cada vez se tiene como la necesidad de grabarlo todo para dotarlo de realidad. Por otro, la realidad de las pantallas no se siente del todo como real y no se le da la misma importancia porque parece que suceda en otra dimensión que no es personal y que, por lo tanto, no nos afecta. Además, el ver de manera continuada cómo otros pierden su intimidad ante las cámaras, comercian con ella, la banalizan y la vacían de sentido hace que se pierda también el sentido del valor de lo íntimo como parte fundamental de nuestra propia dimensión personal.
De tal modo que lo que hasta hace poco era obvio, ya no lo es y es necesario explicarles el porqué de la necesidad de cultivar el tesoro de la intimidad para ser plenamente personas. Y es necesario explicarles que Internet es la calle y no la apariencia de su cuarto o su móvil…
«Hablemos con nuestros hijos abiertamente de este tema como una cuestión más de su formación afectivo-sexual. Advirtámosles de los peligros que comporta enviar o colgar en la red cualquier información personal. Digámosles que la intimidad hay que guardarla porque, si no, no es intimidad.»
Ser padres hoy implica serlo también en el ciberespacio. Por muy complicado que sea, no nos puede parar la barrera de la tecnología. Tenemos que atravesarla e incluirla en nuestras acciones educativas. No es su mundo. Debe ser el nuestro si queremos ser nosotros los que actuemos educativamente para ayudarles a ser felices viviendo en plenitud su condición única e irrepetible de seres personales.
Les compramos un móvil para —decimos— tenerlos localizados, saber dónde están, qué hacen, con quién van. Pero, en realidad, a la vez, renunciamos a acompañarles en ese nuevo mundo que se les abre con la tecnología y no sabemos a quién envían mensajes, de quién los reciben y qué hacen o dicen en las redes sociales a las que el móvil les proporciona un acceso 24/7: veinticuatro horas, siete días a la semana.
Hoy, más que nunca, podemos y debemos hablar con ellos y «Podemos [también] poner alertas en los buscadores con su nombre y su nick, así como vigilar sus perfiles en Facebook, Twitter, Habbo, Fotolog… o en sitios más provocativos como Metroflog, Sexyono, Votamicuerpo, Meadd… Si cualquiera puede acceder a estos contenidos, ¿cómo no lo vamos a hacer nosotros que somos sus padres? Del mismo modo, si les ponemos normas de funcionamiento en casa, deberíamos ponérselas también para el uso de la red o del teléfono móvil» o, al menos, podemos intentarlo. Como en el resto de los ámbitos de su vida personal, aunque no les guste, ellos lo necesitan y lo están esperando. Y también como en el resto de su vida personal, si no lo hacemos, se sienten inseguros y poco valorados.
Referencias
Familia Actual, Pilar Guembe y Carlos Goñi
sexting
sexting.es
Una amiga me decía hoy que era más fácil vivir haciendo como que no te enteras…
Un abrazo.
Esta entrada nos refiere constantemente, sin hacerlo de manera explicíta, a aspectos substanciales del ser humano. Del ser humano que se está haciendo, formando. Me ha gustado muchísimo.
Una pequeña discusión: posiblemente, nuestros jóvenes y nosotros, que como poco les doblamos la edad, no entendamos con la misma dimensión la cuestión de nuestra naturaleza única e irrepetible de ser seres humanos en plenitud. Para nosotros, el logro de la plenitud de nuestro ser exige nuestra actuación con la voluntad «puesta» en esa misma dirección. Comprendemos, o siquiera sabemos, que nuestra plenitud «es cosa nuestra». No parece igual en nuestros jóvenes: ellos «creen ser» plenamente únicos e irrepetibles pero el mero hecho de «sentirse» así. No tienen que «hacer» nada al respecto. Les importa mucho más, eso pueden llegar a decir, ser semejantes a los demás, poder ser ellos a través de «ser» en el grupo. Para eso están especialmente bien preparados.
Pero…
«Como en el resto de los ámbitos de su vida personal, aunque no les guste, ellos lo necesitan y lo están esperando. Y también como en el resto de su vida personal, si no lo hacemos, se sienten inseguros y poco valorados».
¡Qué gran verdad ignorada por tantos y tantos padres y educadores!
José Luis
Ese es el gran problema, Negre: que vivimos todos como si no nos enteráramos con la cabeza metida en alguna pantalla.
Casi podríamos decir que miramos para olvidar.
Baricco lo explicaba bien en LOS BARBAROS.
En efecto, José Luis. Eso pasa y a veces nos acobarda y/o nos da una enorme pereza romper la barrera significativa que nos separa. Pero vale la pena.