Dibujo: Conchi Márquez
Las series americanas tienen detrás un enorme trasfondo de valores y contravalores, de modelos de imitación de uno y otro tipo, pero no dejan de ser algo exótico que contemplamos como vidas de ficción que nada tienen que ver con nuestra realidad cotidiana. Las españolas, en cambio, con el mismo poder modelador, son construidas por los guionistas como un reflejo de una supuesta realidad social en la que el espectador tiene la sensación de que lo que les sucede a los personajes no sólo es verosímil, sino que está ocurriendo en su mismo patio de vecinos.
En ese patio supuestamente real, la identidad de los personajes, las relaciones personales en el terreno afectivo se plantean sin más profundidad o finalidad que ser un simple gancho de fidelización del espectador. Todo el talento de los guionistas se aplica no a la construcción de seres humanos, sino al atajo de dibujar caricaturas que presenten como “normal” cualquier anormalidad que atrape la atención del espectador.
En el número de Nuestro Tiempo, correspondiente al mes de marzo de 2005, se analiza pormenorizadamente, la influencia educativa de las series de la televisión. No está en la red el artículo, pero hay una reseña casi completa en un blog llamado Pensamientos, que merece la pena leerse. Recojo aquí algunas de sus ideas.
«Las 10 de la noche es la hora preferida por los niños para ver la televisión. Más de 800.000 españoles menores de catorce años ven la televisión a partir de las 10 de la noche». (III Estudio de Audiencias Infantil y Juvenil en España)
Los actores que encarnan en las series a personajes de 16 años, en la vida real pasan de los 25. En las series como en la sociedad se produce una adultización de los niños y adolescentes y una infantilización de los adultos.
«Las niñas tienen prisa por crecer. Con diez años la niñez se les ha quedado pequeña. Visten minifalda o pantalones bajos y tops hiperajustados, esforzándose por marcar un tipín del que todavía carecen. Les gusta ir fashion; aunque aún están lejos de cumplir los 14 son ya una fotocopia reducida de las adolescentes “genuinas”. Su juguete preferido ya es el móvil repleto de tonos bajados de internet, le “pegan” duro al SMS, están preocupadas por llevar el peinado a la última y su gran ilusión es hacerse un piercing.»
«El lunes siguiente al sábado de su primera comunión, Natalia le dijo a su madre que se iba a jugar, caminó 12 manzanas hasta el centro de belleza Kyon y pidió cita para hacerse un corte moderno. Llevaba meses planeándolo, y sólo había esperado por dos razones: conservar su melena para las ondas del peinado de comunión y recaudar ese día dinero para pagarse una peluquería de lujo. Cuando Luisa, de 36 años, se enteró de la jugarreta, se quedó tan perpleja –y admirada– por el desparpajo de su hija, que no tuvo cuerpo de negarle el capricho. (…) Natalia tiene nueve años y es más lista que el hambre, aunque sus notas de cuarto de primaria no lo atestigüen. Para ella es cuestión de prioridades. El cole está bien para pasar el rato, pero yo quiero disfrutar de la vida. Según sus cálculos, le quedan cinco años. A los 14 ya puedes entrar en la XL –una discoteca light de moda–, aunque si vas arreglada y pareces mayor te dejan entrar antes» (Suplemento semanal del diario El País).
Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.
En mi opinión lo que se describe en el post no es tanto un fenómeno de precocidad, cuánto de procacidad. Lo característico que se estimula o propicia desde las series de nuestra televisión (las de producción española) es, sin duda, la mala educación: lo importante parece ser no solo “enseñar” a hacer cosas correspondientes a una edad más adulta, sino, sobre todo, a que se hagan como si fueran “derechos” de las adolescentes criaturas que pueden imponer de la manera más normal o “natural” a los adultos. En este sentido: el juicio a éstos, los calificativos que les dedican, la forma en que “los ven y los piensan” los protagonistas, es del todo descarada, atrevida, insolente, desvergonzada. En suma: el modelo de precocidad que se les muestra en las pantallas encierra una venenosa y envenenada intención de hacer procaces a nuestros adolescentes. Es parte del plan de “modelado social” querido por cierto poder político y ejecutado por ciertos medios de comunicación.
José Luis Rodríguez Rigual
Lo sorprendente es que los mismos hechos que hubieran sido motivo de un castigo por parte de mis padres, son motivo de orgullo para mí. Por eso creo que nuestros hijos y nosotros nos vamos a parecer bien poco.
Amanda: ¿Debe entenderse que esos hechos que ahora son motivo de orgullo para ti, son hechos que hacen hoy nuestros hijos? y si es así ¿podrías indicar alguno de ellos? Es que me ha llamado la atención tu comentario pero creo que no lo sé descifrar bien.
No será algo nuevo, desde luego, que padres e hijos se parezcan más bien poco en cuanto a lo que hacen y piensan unos y otros. Ortega dejó escrito que el avance (o el progreso, no recuerdo con precisión) en todo momento histórico es consecuencia de la tensión que genera la alianza de hijos y abuelos contra los padres. Con ciertas variaciones, creo que se mantiene vigente tal aseveración. Pero los hijos, aun distintos de ellos, toman su referencia más profunda de sus padres. Por eso es tan importante «ejercer» de padres.
José Luis