María Dolores Masana Argüelles es la vicepresidenta de la Comisión de Quejas y Deontología de la FAPE, Federación de Asociaciones de Periodistas de España y ha escrito en El País un artículo titulado No todo vale. En cualquier tema, tal y como están las cosas de líquidas y confusas, dicha afirmación es un tesoro, pero tratándose del periodismo, es especialmente relevante.

A partir del tema del escándalo del todo valeen el News of the World, de Murdoch, Dolores Masana afirma que el escándalo no sólo ha hecho desaparecer el periódico citado, sino que ha salpicado la credibilidad de todos los periodistas, lo peor que le puede ocurrir a un sector que basa todo su ser en la existencia de esa credibilidad. Un poco tarde ya porque «Hoy la prensa se debate entre el escándalo, la opacidad, la desinformación cuando no la transgresión de la ética». Lo dice ella, no yo.

De hecho la crisis del periodismo actual es, a mi juicio, no tanto una crisis  de competencia o adecuación a las nuevas plataformas tecnológicas ―crisis del papel― sino una crisis generalizada de credibilidad que va incluso más allá de la actuación del periodismo: si «el primer compromiso ético del periodista es el respeto a la verdad», pero es la misma existencia de la verdad la que está en cuestión, ¿cómo no va a estar en crisis la profesión que se sustenta en ella?

No obstante, Dolores obvia esta cuestión y busca fórmulas para garantizar el control de la actuación del periodista democrático en el marco de las garantías constitucionales de la libertad de expresión.  La autorregulación, la descarta de primeras. Es triste admitirlo, pero se ve que el autocontrol no funciona en ninguna parte. Habla después de organismos como su Asociación que vigilan el cumplimiento de los códigos deontológicos que ya existen. Yo dudo de que eso funcione porque  ―y de nuevo es triste corroborarlo― cuando no hay palo ―sanción― no hay nada que hacer y estos organismos no pueden sancionar. De nuevo en una sociedad de quiebra de la verdad y de la ética, apelar a la responsabilidad de los medios es de una ingenuidad  absoluta. Pero ella está obligada a creer en lo que hace, supongo.

Cita la autora unos cuantos artículos del Código Deontológico de la prensa ―inspirados en una resolución aprobada por el Consejo de Europa en 1993― cuya sola lectura es interesante por contraste con la realidad mediática circundante:

Artículo 1.4: el periodista respetará el derecho de las personas a su intimidad y a su imagen teniendo presente que:

a) Solo la defensa del interés público justifica las intromisiones o indagaciones sobre la vida privada de una persona sin su previo consentimiento.

b)En el tratamiento informativo de los asuntos en que medien elementos de dolor o aflicción en las personas afectadas, el periodista evitará la intromisión gratuita y las especulaciones innecesarias sobre sus sentimientos y circunstancias.

c) Las restricciones sobre intromisiones en la intimidad deberán observarse con especial cuidado cuando se trate de personas ingresadas en centros hospitalarios o en instituciones similares.

d)Se prestará especial atención al tratamiento de asuntos que afecten a la infancia y la juventud y se respetará el derecho a la intimidad de los menores

Artículo 13.a): el periodista deberá contrastar las fuentes de las informaciones que difunde y dará la oportunidad a la persona afectada de ofrecer su propia versión de los hechos.

b)Advertida la difusión de material falso, engañoso o deformado, el periodista estará obligado a corregir el error enseguida, con el mismo formato tipográfico y/o audiovisual empleado para su difusión.

Artículo 14: el periodista utilizará métodos dignos para obtener la información, lo cual excluye cualquier procedimiento ilícito.

Lástima que María Dolores no se llame María Luisa porque entonces podríamos decirle con sorna: «¡Ay qué risa, María de Luisa!».