Dos investigadoras británicas publican un estudio en la revista Childhood Education en el que se plantean si son ciertas o no algunos de los tópicos positivos y negativos en torno a los niños y su relación con la tecnología.

Aunque parezca que de esta manera lo que soy es un energúmeno intelectual que sólo se permite fortalecer sus prejuicios cibernegativos, sobre los mitos que las investigadoras cuestionan me quedo con aquellos que en este blog hemos ido también cuestionando y en cambio soy algo crítico con aquellos otros que ponen en duda y que sin embargo aquí solemos dar por ciertos. La razón es que para estos últimos se trata de un estudio muy limitado –sobre cincuenta niños– en una edad todavía muy baja ­–entre tres y cuatro años–, con observación directa –pero a ratos– en sus casas, con entrevistas a los propios niños y a sus padres –con la enorme carga de subjetividad que estas pueden tener,  y durante un año –es decir, sin continuidad para medir sus los efectos a medio y largo plazo–. Es por eso que no me parecen igualmente válidas unas y otras conclusiones. Veamos.

En primer lugar, una de cal: entre los que opinan que los niños deben sumergirse cuanto antes en lo tecnológico –casi todos– y los que no –nosotros–, las investigadoras afirman que la postura de los padres influye poco en las preferencias de los niños. Sorprende esta conclusión desde el momento en que no se comprende cómo a los tres o cuatro años, la decisión de los padres pueda no influir ya que si los padres no proporcionan un entorno tecnológico o analógico a los niños, estos no pueden elegir por sí mismos. Si lo que quieren decir es que en unos padres ambivalentes, son los niños los que deciden y que no deciden nada concluyente, pues bueno.

La segunda es de arena, pero importante y esta sí corroborable experimentalmente desde la más tierna infancia: a los tres o cuatro años no existen los nativos digitales. Ninguno nace con esa intuición que supone Prensky para los que han pasado nueve meses escuchando el cascabel del Whatsapp en el vientre materno y llenan luego de babas la tableta o el móvil de papá de papá para jugar con él. Lo que hacen los niños, dicen las investigadoras, en esto como en todo, es imitar a los mayores y nada más.

En cuanto a si la tecnología es aislante y absorbente, las investigadoras dicen que los pequeños lo mezclan todo: tienen la TV encendida todo el día, pero la ignoran si hay otra cosa que les interesa más. Ven series, pero también juegan con los muñecos de la serie y preguntan a los adultos sobre lo que ven en tv o en los juegos de las pantallas. Sin embargo, la televisión todo el día encendida no hay quien la soporte si no es ignorándola, a los tres o los noventa y tres. La cuestión es si un niño está jugando “analógicamente” y le pones en marcha una pantalla con dibujos que hablan y se mueven… ¿seguirá con su juego inasequible a la distracción o sus ojillos y su atención se dirigirán al cristal mágico que les da todo hecho? Lo qué sí se evidencia en el estudio de manera indiscutible es que lo que no es conveniente en absoluto es que pasen mucho tiempo solos, con tecnología o sin ella.

Respecto de si la tecnología domina o no la vida de los niños, las investigadoras extraen la conclusión de que no es para tanto la cosa y lo hacen, sobre todo, preguntando a los padres que estando de acuerdo en que muchos niños estaban dominados por lo digital nunca eran los suyos a los que apenas les dejaban tiempo para internet –¡a los tres o cuatro años!–, sino los de los demás. Sin comentarios.

Sí que se definen, en cambio, de manera bastante clara a la hora de negar que el marchamo de interactividad, de concentración y de aprendizaje con el que se vende a los padres la tecnología es puro marketing: «La interacción tecnológica es más escasa que la humana, y hasta el momento ninguna tecnología es suficientemente inteligente para adaptarse a alguien que está aprendiendo a leer del modo en que lo haría un maestro«, dicen las conclusiones.

Por último, respecto de si los niños necesitan dominar cuanto antes la tecnología para sus vidas futuras, también concluyen eclécticamente que no hay que preocuparse tanto porque es imposible saber qué necesitarán saber los bebés de hoy cuando pisen por primera vez la escuela. A lo que yo añadiría primero que las pantallas cuanto más tarde mejor, y, segundo, que lo que tienen que aprender del manejo de un  gadget tecnológico, al contrario de lo que opinan por ahí ciertos padres con el complejo Prensky, es tan para tontos que cuando lo tengan que aprender lo harán en cinco minutos cuando les toque hacerlo.

Referencias:

El estudio de marras ( in English)