Memecracia. Cómo las ideas contagiosas usan internet para manipular tu mente, Delia Rodríguez, Gestión 2000, Barcelona, 2013

«El problema de tener una mente abierta es que la gente insiste en entrar dentro y poner allí sus cosas» (Terry Pratchett)

Así encabeza Delia Rodríguez uno de sus capítulos. Y es que la cita juega con ese doble sentido de la apertura de mente como sinónimo de flexibilidad, curiosidad y amplitud, pero también con ese estado mental de la conexión por el que estamos dejando entrar sin conocimiento el río de información y futilidades del exterior. Una mente conectada está muy bien, pero el problema es que la gente insiste en entrar.

«El agujero por el que se escapan los días es el mismo por el que entran los memes: la atención. Vivir es enfocarse en algo, y nunca hemos estado más distraídos», dice en otro lugar. Como hemos dicho aquí muchas veces, nos pasamos la vida viendo como pasa sin intervenir en ella. De ahí el auge de tendencias que tienen su foco en la atención plena o el pensamiento flow  y que han surgido para contrarrestar este perder a chorros la atención propio de la sociedad conectada. Las pantallas son esa moneda de dos caras que podemos utilizar para escribir, dibujar, programar, crear… o para matar el rato, entretenernos, navegar sin rumbo, actualizar perfiles, pasear por las redes sociales, chismorrear, vivir viendo cómo viven los demás.

Entre las plagas modernas que fragmentan la atención cita Delia la multitarea, el mirar el móvil constantemente, el FOMO o miedo a perderse algo de lo que sucede y la procrastinación. Este último «palabro” del campo de la psicología es especialmente interesante en relación con el modo de operar la distracción poliestimulante de la red, porque significa ni más ni menos que la postergación de las actividades que hay que hacer sustituyéndolas por otras más irrelevantes o agradables. Vamos: la pereza de toda la vida. «No hay virtud más eminente que el hacer sencillamente lo que se tiene que hacer» dice la portera de mi cole que dijo San Francisco de Sales.

Y es que uno de los grandes atractivos de la pantalla es su facilidad, la ausencia de esfuerzo, su promesa de recompensa. Un hecho que se daba ya –y se sigue dando­– en la televisión y que es consustancial al brillo de la pantalla, al clic del ratón o del móvil. Dan mucho por muy poco y crean ese hábito del «luego lo haré, primero voy a mirar el Facebook…» tan peligroso para las tareas que hay que hacer y en las que sí hay que fijar la atención y poner esfuerzo personal y que se convierten en actos pospuestos, abrumadores, tediosos o aburridos, es decir, -en lenguaje moderno- estresantes. Así me imagino yo a mis alumnos cada día entre el libro abierto y el móvil encendido, estresándose por no poder acceder a ese estado de concentración necesario para el trabajo intelectual. Y estresándose sin saberlo incluso, cuando la actividad es una actividad en la que podríamos disfrutar y, sin embargo, sólo conseguimos divertirnos; porque la distracción permanente no sólo nos aleja del cumplimiento del deber, sino también del verdadero y atento disfrute de las cosas y las personas. «Ese estado de atención robada, dividida, distraída, que sufrimos, actúa contra nosotros mismos porque, a largo plazo, es sostener la atención en lo que nos lleva a cumplir nuestras metas» dice Delia. Y la distracción y la pereza –o procrastinación, si suena más técnico-  son las que nos llevan a la frustración del fracaso.

Y citando a Nicholas Carr, la autora nos recuerda su convicción de que la neuroplasticidad cerebral hace que nos estemos adaptando a este nuevo estado de cosas incentivado por las tecnologías, debilitando lo que hasta ahora era admitido por el sentido común como un capital humano: la capacidad de concentración. «La habilidad de concentrarse en una sola cosa es clave en la memoria a largo plazo, en el pensamiento crítico y conceptual, y en muchas formas de creatividad. Incluso las emociones y la empatía precisan de tiempo para ser procesadas. Si no invertimos ese tiempo, nos deshumanizamos cada vez más», dice que dijo Carr en una entrevista.

Y, finalmente, en otro lugar afirma la autora: «La vieja fuerza de voluntad es la herramienta responsable de que crucemos ese abismo que va desde «hacer deporte es bueno para mí» hasta el apagar el ordenador, calzarse las zapatillas y salir a la calle

Un  pequeño gesto, pero necesario. Sólo la fuerza del movimiento inicial. Apagar. La vieja fuerza de voluntad en lucha con la nueva fuerza de las pantallas. ¿Será como D. Quijote contra molinos que hemos convertido en gigantes?

Referencias

Síntesis del libro en nuestra página Pensar los Medios, sección Periodismo

Página de Delia Rodríguez