La televisión ha dejado de ser una tecnología para ser un ambiente.
Y, como tal ambiente, es invisible. Siendo el hecho visual más importante de nuestro siglo, resulta paradójicamente invisible cuando nos proponemos pensar en ella.
Todo intento de reflexión sobre el medio se ve oscurecido por la claridad de la pantalla, por su omnipresencia, por su repetición, por su obviedad. Está siempre con nosotros de un modo silencioso, discreto y rutinario; forma parte de nuestras vidas de manera tan cotidiana, tan próxima, tan doméstica, que se ha hecho imperceptible. Es como el aire que respiramos: está ahí, forma parte de nuestra vida, pero no nos damos cuenta de que está ahí. Podríamos decir que no está delante de nosotros, sino dentro de nosotros, la hemos interiorizado. Es como si precisamente el verla tanto no nos dejara verla de verdad. No nos deja pensarla y, para hacerlo, la tendríamos que apagar más a menudo.
Hablamos de los programas –lo que vemos- pero no de la televisión. Porque la televisión no la vemos. Conocemos todos los productos que anuncia, las caras y las voces de sus personajes, los presentadores y presentadoras son como de la familia… Pero no vemos la televisión. La mayor parte de las cosas que pensamos y discutimos nos las cuenta una televisión que no vemos.
Sólo cuando apagamos el televisor, la televisión, puesta en su sitio, se deja ver de verdad tal como es. Sólo cuando nos falta nos damos cuenta del enorme peso específico que tiene en nuestras vidas su presencia continua. Por eso, es imprescindible que dejemos de verla para poder empezar a verla de verdad como es debido: como sus dueños, como usuarios libres y no como consumidores esclavos de su programación.
Entre el placer, el juego, la impotencia y la resignación… el telespectador no se moviliza porque el hecho televisivo, innegablemente omnipresente…, no se acaba de ver con claridad… Fíjense: no se acaba de VER claramente lo que nos pasamos el día mirando. En los recreos de las escuelas, en los bares del almuerzo matutino tan español, en las tertulias, en los grupos de amigos… no se habla de otra cosa más que de lo que vemos en televisión… y, sin embargo, no acabamos de VER su importancia.
Por eso, ya saben, usen la televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.
El otro día mi profesor de inglés me confesó que no tiene televisión, en su lugar en el salón tiene un pequeño aparato para hacer gimnasia y todas las estanterías llenas de libros (libros técnicos en su caso, no son novelas). Es la primera persona «real» que conozco que vive sin tele, aunque haya más (recientemente Heraldo publicó algo sobre esto). Se informa a través de un transistor de radio. Entonces le miré más directamente a los ojos y pude comprobar que, efectivamente, su mirada era limpia.
(J.Albericio)
Coincido con el «Anónimo». También conozco gente real que no tienen tele en casa, y si bien lo de la mirada más limpia no me he detenido en observarlo, sí que puedo decir que son personas muy alegres. Y sus familias. Casualmente, son también profesores de Universidad.