Primero utilizando los términos «sociedad de la información» y «sociedad del conocimiento» de manera crítica, es decir, diferenciándolos con claridad: el primero hace referencia a « la capacidad tecnológica de nuestros dispositivos para almacenar cada vez más información y hacerla circular rápidamente». El segundo sería «la apropiación crítica, y por lo tanto selectiva, de esta información por parte de unos ciudadanos que saben qué quieren y qué necesitan saber en cada caso y que saben también de qué pueden y deben prescindir».
Si el papel tradicional de la escuela es el de ser mediadora entre la familia y la sociedad y la transformación de nuestras casas en terminales de información a través de todo tipo de aparatos tecnológicos ha convertido a la familia en parte de esa sociedad mediática, el papel de la escuela hoy, como el del periodismo, no sólo no ha dejado de ser válido como mediadora, sino que es más imprescindible que nunca. «Cuanto más compleja es la situación, más necesidad tenemos de orientación».
«Cada vez es más evidente la desproporción entre lo que cada uno de nosotros puede llegar a saber y la cantidad de saber que tiene a su alcance» Acceder a las tecnologías no es acceder al conocimiento. A veces, la avalancha de información provoca todo lo contrario: la imposibilidad del conocimiento.
La escuela, el maestro, no deben ser sólo proveedores de informática que enseñen cómo manejar la tecnología, sino más que nunca, expertos que enseñen qué es el saber. No es la habilidad tecnológica lo que nos va a capacitar para vivir más libre y responsablemente las tecnologías de la información, sino el desarrollo de la inteligencia y la habilidad en el manejo de las ideas. Para distinguir lo que hay que saber hay que partir del saber mismo, es decir de la asimilación de conocimientos previos. Por eso puede haber ―los hay― nativos digitales completamente analfabetos, y por tanto, completamente indefensos frente a las tecnologías que supuestamente dominan.
Hoy ―de nuevo más que nunca― frente a la liquidez y fluidez de la información y de la sociedad, es necesaria la solidez y la estabilidad de una escuela que profundice, sobre todo, en la transmisión del saber para preparar buenas cabezas que puedan enfrentarse con las espectaculares posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. Sólo una mente ilustrada y educada en el conocimiento, será capaz de manejar con aprovechamiento estas nuevas herramientas.
Usen las tecnologías, no las consuman o serán consumidos por ellas.
La “sociedad de la información” sé lo que es, cómo pensarla; la del “conocimiento” no tanto. Supongo que será el sintagma actualizado de “la sociedad ilustrada”. La duda no es inocente porque en un mundo en el que está mal visto el esfuerzo y proscrita la excelencia (en suma: la aristocracia intelectual, –ahí duele–) el uso del término “ilustrada”, referido a la sociedad, parece no ser bien aceptado. También es verdad que no ha sido usado con demasiada propiedad por los autores y ello ha podido llevar a su desafección.
Qué poco me gusta (aunque entienda lo que se dice) leer que la escuela tiene un “papel tradicional”. Los “papeles” me hacen pensar en “repartos”, en la “interpretación” de unos actores que “representan” lo que parecen ser, pero no son. Si yo fuera maestro, preferiría saber que estoy cumpliendo una “función social”; que la escuela tiene una “misión” que exige “vocaciones inequívocas” para su realización; que no “represento” nada; en todo caso, que mi “papel” es mucho más transcendente que otros muchos “papeles” que en la sociedad son “representados”.
Estoy de acuerdo con lo nuclear del artículo: hay que educar para la adquisición de conocimiento que permita “crear” personas solventes en la gestión de sí mismas.
José Luis Rodríguez Rigual