José Luis es el contorno difuminado que aparece detrás de mí en la fotografía. José Luis espera cada entrada nueva del blog con una avidez que a veces asusta. Es un amigo. Y desde hace algún tiempo solemos pensar juntos: espléndida terapia para contrarrestar los efectos de la contaminación simbólica. Sus comentarios se han ido convirtiendo en la sombra imprescindible de estos textos. Sin esa sombra la imagen quedaría incompleta. Animo al lector a no perdérselos siempre y en cualquier caso.

Pero hoy le traigo aquí porque además de amigo y de sombra José Luis es fotógrafo. Ha sido muchas cosas -aún las es- porque ha vivido mucho, pero de todas ellas, yo creo que le queda en lo más hondo un visor y un encuadre.

Por eso creo que los comentarios que ayer dejó en el blog, merecen salir de la trastienda y ser ellos y su autor los protagonistas de este post:

16 de septiembre de 2009 7:06

jose luis dijo…

Es una estupenda noticia. Me uno a la «enhorabuena» de Pepe.

Yo decidí dedicarme a la fotografía viendo fotos buenas, como las de Cristina, que se publicaban en la revista oficial de la Federación Internacional de Fotógrafos, «Cámera» (ed. francesa). Era mensual y de mes a mes yo «destripaba» mentalmente las fotos publicadas. Las mejores del mundo, por los mejores fotógrafos, en la mejor impresión posible en ésos momentos (y en estos), cuatricromías para ¡¡ blanco y negro!! Era como tener los positivos originales en tus manos ante tus ojos. De ese pausado estudio, de mes en mes, aprendí todo lo que hoy sé. No había bombardeo icónico medioambiental todavía, y en esa pausa de un mes, indagaba sobre las cuarenta fotografías, más o menos, de cada ejemplar. Ahí, sin prisas, durante años, conocí la historia de la fotografía, los mejores fotógrafos del mundo, sus técnicas, y fueron naciendo dentro de mí los recursos que después he utilizado toda mi vida de fotógrafo.

Magnun era y es un depósito de talento e iconos que se mueven comercialmente con el mayor de los prestigios; Cámera, era y es la mejor escuela del mundo.

Gracias a ambos. José Luis

16 de septiembre de 2009 7:06

Según el conocido axioma de Pepe Boza, quien no admite que una imagen valga más que mil palabras hasta que no se hayan dicho más de mil palabras sobre ella, aquí vemos diecisiete fotografías que todas juntas valen mucho más que diecisiete mil palabras.

Notemos, antes que nada, la dignidad que desprende toda fotografía por el mero hecho de dejarse observar sin límite de tiempo. Esto no ocurre en la fotografía cinética (cine-televisión-infografía) en donde su valor aparece subvertido de lo estético a lo funcional.

La imagen cinematográfica, cuya unidad es el fotograma, está necesariamente subordinada al logro de un «discurso fílmico». Pero en sí mismos, los fotogramas pueden presentar valores estéticos y de sentido tan evidentes que serían dignos de ser «secuestrados» de su participación discursiva de un veinticuatroavo de segundo, y redimida su belleza mediante su impresión fija en un soporte, es decir, mutándola de fotograma a fotografía. Este deseo lo hemos podido experimentar en numerosas películas clásicas. En mi caso, John Ford, Renoir, Einsenstein, Fellini, Bergman,…. son directores que han mostrado una especial reverencia por la composición y el valor fotográfico -estético y narrativo- de sus encuadres. Y esta cuestión nos facilita la consideración del segundo aspecto de la dignidad de una fotografía: su autor.

Que el fotógrafo preserve y potencie la belleza de los elementos con los que va a componer «su obra» marca la división entre los grandes fotógrafos y los que no lo son. En la «construcción» de una imagen, el fotógrafo pone a contribución todo lo que él mismo es. Sea más o menos, incluso nada, consciente de ello, así se produce una fotografía. Por eso, en no pocas ocasiones, el fotógrafo se sorprende a sí mismo, al encontrar en su obra aspectos valiosos de sí que desconocía poseer hasta el momento de observarla. Cualquier observador de una buena fotografía, queda impregnado de los valores con los que ha sido construida. Por esta razón, cuando observamos la exposición de un fotógrafo con escasos valores personales, lo que vemos nos resulta distante, reiterativo, poco personalizado, y al poco tiempo pensamos en concluir la visita cuanto antes: nada de lo que vemos «nos impregna».

De cualquier forma, el autor mismo, no es un valor intrínseco de la imagen fotográfica o, al menos, no conviene que lo sea. Es cierto que los grandes fotógrafos pueden ser reconocidos por sus valores peculiares, por su «estilo» personal, pero ello no invade la lectura de sus imágenes y la obtención de sentido en las mismas. El autor da coherencia y belleza a los elementos que intervienen en la imagen porque los ha «compuesto» como por encargo, y ésa es la naturaleza de la acción del fotógrafo: trabajar a demanda de sí mismo, por encargo. Un buen fotógrafo, sólo quiere que se hable bien de sus fotografías, él mismo detesta ser el objeto de la admiración.

Por eso, la tercera dignidad propia de la imagen fotográfica, es la del sentido «prestado» por su autor a los contenidos que se nos muestran. Cuando existe este sentido, la imagen se hace narrativa, todo lo contrario de lo que acontecía en el cine, en el que la imagen era sólo discursiva.

Lo importante es que la capacidad narrativa de una fotografía es algo que sólo el espectador puede «construir». No reconstruir, sino «componer» de nuevo a partir de la mirada de un extraño: el autor.

Recapitulando: Una fotografía es digna porque su materialidad nos permite observarla «sin tiempo» y porque para obtener sentido de su contenido debemos -y podemos- interpelarla «nosotros» de tal forma que a partir de la de la «construcción» de su autor, el cual no se hace importante ni está presente en el proceso, obtenemos un valor estético y narrativo personal de la misma.

Me hubiera gustado poder ilustrar todo lo dicho con multitud de ejemplos, pero tal vez no fuera efectivo en tan menguado espacio.

17 de septiembre de 2009 7:20

Decía antes que me hubiera gustado ilustrar profusamente mis palabras y que no lo hacía por la extensión que podía alcanzar, pero he encontrado un modo de hacerlo en pocas líneas:

Tomemos cualquier imagen de las 17 de Cristina García Rodero que Pepe nos ha seleccionado. Yo lo hago mentalmente con la de la confesión «pública» en plena calle, pero Vds. háganlo con la que más les guste.

Vean los elementos de la misma uno a uno. Interpelen con ellos: espacio abierto, cielos, piedras, construcciones, personas, vestimentas, objetos, elementos de cada grupo, objetos aislados, expresiones de las personas, etc., y descríbanlos, pregúntense cualquier aspecto que les pueda surgir en cada instante de la observación.

Ahora vean los elementos relacionándoles entre sí. Constituyan grupos de sentido: Es importante encontrar todas las interrelaciones posibles dentro de los mismos. Pongan los resultados en relación con el entorno o marco interno de la acción principal -el contexto de la acción fotografiada-.

Pregúntense y establezcan las diferencias entre lo que observan y su propia existencia, es decir, introduzcan «comparaciones» entre Vds. y las personas que observan: época, modo de vida, valores, condiciones materiales, fenómenos sociológicos, creencias, etc, etc, hay una infinidad de posibles interpelaciones.

Vuelvan a mirar la fotografía elegida a modo de conjunto, globalmente, dejando que la atención se fije naturalmente en el conjunto. Advertirán que los distintos elementos de la fotografía aparecen en su «plano» compositivo más propio -el que ha decidido el autor-, exigiendo mayor o menor lectura.

Ahora, y sólo ahora, es cuando le resultará posible desentenderse de «la totalidad» de la imagen y construir una narración personal de la acción principal -o tema- de la misma.

Y en todas las operaciones propuestas habrá empleado muchas más de mil palabras.

Creo que habrá que convencerle para que nos enseñe en algún post algunas de sus fotografías.
Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella. Porque ver es una cuestión, pero mirar es otra.