He estado en Nueva York y he contemplado Brooklyn y la 5ª Avenida en vivo y en directo. La televisión nos ofrece algunas imágenes grabadas o en diferido o, incluso, en falso directo. También las hay en directo, en tiempo real dicen, e incluso —¡oh, milagro de los milagros!— imágenes en vivo. Se trata de prestigiar la simulación que llega a nuestra sala de estar como si no fuera imagen sino realidad.

Sin embargo, la única realidad es que todas las imágenes de la televisión no son, sino eso mismo: imágenes, representaciones, copias de la realidad, pero, en ningún caso, la vida misma. Porque no hay nada más muerto o menos vivo que esa vida capturada por la cámara. Tan muerta como el pescado que un día fue pez. Es el mismo pez, pero ya no es pez, es pescado.

La novela, la pintura, la fotografía, incluso ese engaño visual de la fotografía en movimiento que es el cine, se nos presentan como interpretaciones de la realidad, como construcciones de un autor, como productos artísticos que utilizan la realidad para superarla mediante un proceso humanizador creativo y subjetivo que intenta decirnos una verdad desde la mentira de la ficción verbal o icónica. Sólo la televisión ha tenido la osadía de mentir afirmando que es la realidad misma: una realidad seleccionada, encuadrada, guionizada, grabada, editada, realizada, musicalizada, sonorizada, textualizada, construida y servida en nuestro televisor como si entre la realidad y nosotros no hubiera más intermediario que el cristal transparente de la pantalla: así ha sido y así se lo hemos contado, nos dicen, en vivo y en directo.

Pero es mejor decir in vitro y en directo: porque es en ese cristal, en esa aparente transparencia de la televisión donde está el fraude. El tópico de la ventana, imágenes que vemos con nuestros propios ojos pero que sólo representan la realidad vista y reconstruida a través del laboratorio de los ojos de otros; haciéndonos creer a los telespectadores que ya no somos telespectadores, sino testigos; convenciéndonos de que ya no es necesario ir allí porque ya hemos estado.

Ya dice Umberto Eco que signo es todo lo que sirve al sujeto para mentir. Pero la televisión es la gran mentira porque la hemos convertido en la única verdad. La televisión no es un espejo sino un espejismo, no es ni siquiera un símil, sino un simulacro, una pecera llena de peces muertos.

Yo he vivido Brooklyn en vivo y en directo. Estuve viviendo Nueva York. Porque fuí yo quien, sin intermediarios, con mis cinco sentidos, sentí la brisa, el calor, el color y el ruido neoyorquinos. Estuve allí. Ese puente, esa ciudad ahora son míos. A lo mejor la veo peor, no puedo acercarme como lo hace el zoom de la cámara hasta reproducir el detalle del asfalto, pero es mi puente, es mi ciudad, mi viaje, mi experiencia personal e intransferible. Y menuda experiencia…

En fin. Que no les den gato por liebre, pescado en lugar de pez vivito y coleando. La realidad es vivir y no consumirse viendo como otros viven. Vean televisión, pero no se la crean. Si quieren la verdad vayan por ella y traten de vivirla.